No hay muchas veces que se pueden decir estas palabras y que, además, sean verdad: estamos a punto de vivir un momento histórico. La semana que viene culmina uno de los proyectos sociales e intelectuales más complejos que han existido jamás.
Algo que tiene la capacidad de impactar la vida cotidiana de la gente y, a la vez, involucrar alguna de la tecnología más completa jamás inventada: la semana que viene la Conferencia General de Pesos y Medidas matará el kilo tal y como lo conocemos y dará luz verde a una nueva definición de la unidad básica de masa. Cambiará todo para que nada cambie jamás. A esto hemos dedicado los últimos 130 años de la metrología.
La medida de todas las cosas
Antes de la Revolución, sólo en Francia había 250.000 de unidades de medida diferentes. Algo así ocurría en toda Europa. En España, como cuenta José Manuel Blanco, una libra pesaba 351 gramos en Huesca, 575 en Coruña o 372 en Pamplona.
Era un sindiós, un terreno abonado a la trampa, el timo y el fraude que solo se sostenía por la preeminencia de la economía local y por el celo con el que las autoridades perseguían a los mentirosos. En Granada, como en muchos otros sitios, aún podemos el ver el lugar donde, desde el siglo XII, se colgaban las pesas confiscadas por defectuosas, inexactas o fraudulentas.
Conforme el mundo se hacía más pequeño, la falta de medidas unificadas era un problema que sólo beneficiaba a la vieja aristocracia conservadora y rural. Por eso, durante la última década del siglo XVIII, los revolucionarios franceses reformaron el sistema de pesos y medidas de arriba a abajo. Y durante el siglo XIX, las unidades de medida pasaron a uno más de los terrenos de batalla donde se jugaba el futuro el proyecto ilustrado y racionalista.
El 20 de mayo de 1875 por representantes de 17 países firmaron el Tratado del Metro por el que el ‘metro’ pasó a ser, de facto, el sistema de referencia internacional de longitud. En ese momento se creó también la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, el organismo encargado de velar por la consistencia de las medidas.
Y digo medidas en plural porque rápidamente quedó claro que se necesitaban referencias internacionales para muchas más cosas. En 1889, se definió el kilogramo como la masa del Gran K, una pesa construida en platino-iridio y guardada por la Oficina. En 1913 se unificaron las unidades de temperatura.
En 1943, se definieron el amperio, el bar, el newton, el voltio o el vatio. Y en 1960 se establecieron las seis (más tarde, siete) unidades básicas: el sistema internacional de unidades estaba cerrándose. En aquellos días, parecía que íbamos a ser capaces de encontrar una medida para cada cosa. Qué optimistas éramos.
Busca certidumbre en el corazón de la realidad
En los años 40, un segundo fue definido como 1/86400 parte de la rotación de la Tierra. En los años 50, lo redefinimos como 1/31556925.9747 parte de lo que tarda la Tierra en girar alrededor del Sol. Pero imaginad que conseguimos viajar a otro sistema solar o que la Tierra modifica su órbita por cualquier razón:** ¿cómo sincronizaríamos los relojes?**
Dudas similares surgieron con el metro, pero el mejor ejemplo es el del kilo. la Grand K pierde masa, 50 microgramos cada cien años, para ser exactos. Como dice Max Fagin, esto es paradójico porque la Grand K es el único objeto que no puede perder masa jamás: por definición, siempre siempre siempre va a pesar un kilo. El problema es que, si esperamos lo suficiente, el kilo ya no pesará nada.
En realidad, si de verdad queríamos crear un sistema universal de unidades teníamos que ir más allá: no bastaba con usa medidas más o menos arbitrarias, necesitábamos tener unidades basadas en las propiedades fundamentales de la materia. Sin eso, el problema iba a seguir siempre encima de la mesa.
Así fue como el segundo pasó a definirse como «la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), a una temperatura de 0 K» y el metro como «la distancia que recorre la luz en el vacío durante un intervalo de 1/299.792.458 de segundo».
Con el paso del tiempo, todas las unidades fueron definiéndose en virtud de esas propiedades fundamentales de la naturaleza. Todas menos una: el kilogramo. Durante décadas, muchos científicos han dedicado horas y horas de trabajo para ser capaces de hacerlo. Sin éxito. Hasta ahora.
El final del camino
Como señalamos hace unos años, dos líneas de trabajo (una sobre la balanza de Watt y otra sobre la constante de Avogadro) estaban tratando de definir el kilo gracias a la constante molar de Planck. El problema es que, durante años, las dificultades técnicas hacían que las dos formas de definir la constante de Planck dieran resultados muy distintos. Ya no.
Tras más de 30 años de investigación y un desarrollo tecnológico imponente, la semana que viene la Conferencia General de Pesos y Medidas por fin está lista para cambiar la definición del kilo usando la balanza de Watt. 130 años después, estamos a punto de cerrar uno de los proyectos intelectuales más ambiciosos y complejos de la historia de la humanidad.
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La noticia
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fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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