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El módulo Eagle del Apolo 11 cabeceaba sobre el Mar de la Tranquilidad pilotado manualmente por Neil Armstrong. La banda sonora del momento no se parecía a la de las películas modernas. En su lugar, una decena de alarmas por parte del ordenador del módulo, saturado por el cálculo, llamaban la atención sobre los tres ocupantes del Eagle.
Minutos más tarde, a 384.400 km de distancia, se escuchó la voz: «Houston, aquí Base de la Tranquilidad. El Eagle ha aterrizado». Ocurría al 20 de julio de 1969 gracias a un ordenador portátil incrustado en el módulo de aterrizaje. Tenía 2.048 palabras de RAM a 1 MHz y 36.864 de memoria ROM, a 16 bits la palabra.
El gran salto en potencia de cálculo y almacenamiento
No han pasado ni 50 años y la potencia de cálculo, en su momento prohibitiva, no solo se ha multiplicado de un modo imprevisible: ahora cabe en el bolsillo y está disponible en las tiendas. Hoy cualquier persona puede acceder a un smartphone con 4 GB de RAM a 2 GHz, un paso enorme con respecto a cualquier misión Apolo.
El Apollo Guidance Computer (AGC), el ordenador que se saturó en la llegada del hombre a la luna con los errores «1201» y «1202» que indicaban un colapso en el procesador, fue un logro tecnológico sin igual. Nadie pone eso en duda. Sin embargo, hemos avanzado tanto que hoy cualquiera puede construirse un AGC en casa, si tiene el tiempo suficiente, y sacar de aquí su código fuente. Hoy en día es más barato que nunca emular el logro histórico gracias al desarrollo tecnológico.
La potencia de cálculo que surgió a partir de 1970 impulsó el desarrollo tecnológico que, a su vez, redujo el precio de la RAM. La Ley de Moore con respecto a los costes se mantuvo hasta 2005-2010 (según la aplicación para la que se usase la potencia) y luego estos se desplomaron de golpe. Hasta el punto de que en 2015 alguien con 1.000 euros podía descifrar su genoma (frente a los 2.700 millones de dólares que costó arrancar el proyecto).
Al lado de los 4k de RAM de la Apolo 11, que computaba en cintas magnéticas y hoy nos parece poco menos que primitiva, había 32k de memoria ROM en una memoria de núcleos cableados como estos:
Junto a estos elementos ha habido otras tecnologías que se quedaron muy atrás cuando la potencia de cálculo arrancó su recorrido exponencial. ¿Quién no recuerda formatos de grabación personales como las cintas de casete, el vídeo VHS o los CDs y DVDs? (a los CDs/DVDs les queda más bien poco).
En la gráfica se puede ver cómo de un millón de dólares el GB de almacenamiento de 1980, se pasó a pocos centavos (pocos céntimos) en 2015. En 2017 ya tenemos terminales móviles de última generación que vienen por defecto con 64 GB y son ampliables… ¡a 2 TB!
Con dos terabytes en el bolsillo, pocas excusas habrá para no llevar todos nuestros datos encima.
La potencia de cálculo, ¿la manera de medir el grado de civilización?
Medir el desarrollo y el avance de la humanidad es realmente complejo. ¿Qué parámetro o parámetros nos indica lo desarrollados que somos? ¿La esperanza de vida? ¿El dinero? ¿La velocidad a la que podemos movernos?
Tras los años 50 , dos décadas antes de que el Apollo 11 despegase, el marcador fue el PIB, el producto interior bruto, o el PIB per cápita. Por aquél entonces todavía se pensaba que desarrollo equivalía a economía en crecimiento. Los datos que Maddison actualizó a moneda de 2002 siguen siendo los más fiables, y podemos ver cómo el mundo pasó de un "PIB actualizado" de unos 100.000 dólares a cerca de 40 millones. Un desarrollo notable, pero que puesto en una perspectiva de 2.000 años queda muy por detrás del avance en 50 años de potencia de cálculo.
Primero Sir George Edwards en 1958 y luego Nicolái Kardashov en 1964 se dieron cuenta de que el PIB no valdría para cuantificar el desarrollo de la humanidad. De modo que propusieron otras escalas, como « la exponencial de velocidad», el avance de la tecnología humana se mide por la distancia que una persona puede normalmente viajar en un día de 12 horas; o la Escala Kardashov, el avance de la tecnología se mide por la energía que consumimos.
Pero, aunque en determinados momentos estas escalas dan saltos importantes (e incluso crecen de manera exponencial) se quedan abrumadoramente atrás con respecto al avance de la potencia de cálculo. 4 GB de RAM, una auténtica locura para un terminal móvil del año 2000, puede instalarse en un teléfono inteligente a un consumo energético de pocos vatios hoy día.
Teniendo en cuenta este logro tecnológico, y lo cerca que está el procesamiento de datos de las raíces del pensamiento que da lugar a la inteligencia, divulgadores actuales de la talla de Kaku o deGrasse Tyson validan la escala que propuso Carl Sagan allá por 1973. Medir el nivel de civilización de la humanidad como la cantidad de información que una civilización genera y es capaz de procesar.
Después de todo, un procesador clásico es, junto a las redes neuronales que computa, lo más aproximado al cerebro humano que hemos podido desarrollar. Sumar la potencia de cálculo total de nuestro planeta –y en esto se incluyen nuestros terminales móviles– podría dar una idea aproximada de nuestro nivel de civilización.
La humanidad (esa palabra tan grande) apenas sí ha rozado la luna de su planeta natal, y lo hizo con tecnología casi prehistórica. Si el Apolo 11 fue capaz de posarse en la Luna con 4k de RAM , ¿qué no puede hacer una persona con más de un millón de veces esa velocidad?
Terminales de última generación al alcance de todos los bolsillos, como el ZenFone 3 (4 GB) son capaces de hacernos mirar más allá de la Luna, de Marte y de los satélites jovianos. La potencia para ser una civilización mejor está hoy al alcance de todos. Lo importante, ahora, será saber usarla con sabiduría.
Imágenes | iStock/maxattana, DNA Cost, Nova13, mikomo, Madisson 2002, Marcos Martínez, Brianpeiris
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El crecimiento de la potencia en los móviles eclipsa otros desarrollos históricos
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