«Lo siento en el alma porque pudo haber sido una buena ministra». Las declaraciones forman parte de un tuit más largo de Pablo Iglesias, líder de Podemos y parte por tanto de la oposición parlamentaria, que se manifestaba sobre la noticia de la dimisión de la hasta ahora ministra de Sanidad, Carmen Montón. Cuando se incorporó al gobierno, en el nombramiento de ministros que realizó Pedro Sánchez cuando llegó a la presidencia, los análisis de los medios eran bastante positivos sobre cómo podría desempeñar su trabajo y su preparación para ello.
Ahora, meses después, Montón ha dimitido de su cargo, tras unas cuantas horas en las que su imagen pública y sus capacidades fueron puestas bajo la lupa. El descubrimiento que hizo eldiario.es, que destapó que la entonces ministra de Sanidad se había sacado un máster en la Universidad Rey Juan Carlos de forma irregular, y sus erráticas explicaciones posteriores hicieron que Montón se convirtiese en la protagonista de un escándalo.
Y Montón no es la primera política que este año se enfrenta a una crisis de reputación – y arrastra a su partido político también a ello – por culpa de un título cuestionable. El caso de Cristina Cifuentes fue el primer gran escándalo de este tipo, seguido no hace mucho por las idas y venidas sobre el título de Pablo Casado. Los titulares de prensa han echado por tierra la reputación de la Universidad Rey Juan Carlos, que está sufriendo una crisis de la que pocos sobrevivirían y a que le costará mucho que se olvide. Pero además todas estas historias pueden servir para aprender una lección más.
Mentir en el CV no compensa
Esa lección es la de que mentir en el CV o maquillar la realidad para que resulte más en teoría atractiva es no solo un problema muy serio (y que en algunos casos puede acabar con teniendo un lastre legal), sino también un tiro en el pie en lo que a imagen de marca personal se refiere.
Venderse como un experto en algo en lo que no es, aunque sea con las mejores intenciones o con cierto débil andamiaje detrás, es simplemente una manera de hipotecar la imagen personal y profesional, sin saber realmente cuando este problema estallará en tus narices y cuando arrasará lo que se haya conseguido de forma sólida y solvente en lo que a trayectoria y marca personal se refiere.
El problema no es además algo que solo afecte a políticos: en la empresa privada también se produce y también tiene efectos devastadores en términos de imagen y de marca personal. Quizás, uno de los casos más llamativos fue el que protagonizó Yahoo hace unos años. En uno de los momentos más duros para la compañía, cuando la dirección daba tumbos y la firma intentaba encontrar su lugar y tras haber despedido a su consejera delegada, ficharon a otro directivo. Scott Thompson llegó, se posicionó y acabó dimitiendo cinco meses después por razones personales. Poco antes de su dimisión un medio había destapado que las licenciaturas que aparecían en su CV eran falsas.
Fue uno de muchos: tanto que hay hasta medios que han hecho listicles con altos directivos que mintieron en su CV.
El lastre de la titulitis
En el fondo, se podría encontrar también otro nexo común a todas ellas. Es bastante probable que partan de la tendencia a la ‘titulitis’, esa valoración excesiva de los títulos y de todo aquello que se puede poner con nombre más o menos resultón en el currículo.
Acumular títulos se ha convertido en las últimas décadas en una especie de tendencia, especialmente si se quiere entrar en cierto terreno o alcanzar ciertos puestos dentro del mundo de la empresa. En algunos países, además, en los que hay ‘universidades de primera’, no solo se trata de intentar vender un título sino también un título de una universidad concreta.
Pero ¿es realmente importante tener un título? ¿Es necesario acumular nombres y más nombres de formaciones en el CV? De entrada, habría que separar dos cosas. Una esa la formación que se realiza para adquirir nuevos conocimientos o para reciclarse como profesional, la formación que tiene un objetivo claro (y ante la que posiblemente nada se pueda puntualizar). Otra es la formación que se hace como una manera de sumar cosas al CV y de que parezca ‘bonito’, la de acumular títulos y más títulos. Y ahí sí se pueden poner muchas cosas en cuestionamiento.
Cuando el título no dice nada
Porque los títulos por los títulos ya no son tan importantes ni tan valorados, ni siquiera en un mercado tan aquejado de titulitis como es el español. Como apuntan varios especialistas de recursos humanos, ellos ya han empezado a separar títulos de adorno de los que son claves para una profesión. Los expertos también confirman que un título ya no es garantía de nada en el mundo del trabajo. «Puede haber algunos puestos en los que sea obligatorio tener un máster, pero es un porcentaje cada vez más bajo», apunta un responsable de reclutamiento de mandos medios. Lo que importa es saber lo que se hace y valer para ese trabajo.
Incluso empresas en las que se miraba con lupa la formación, como en Google (que analizaba hasta las notas que sacaban sus potenciales trabajadores en sus años universitarios), han empezado a valorar menos esas cuestiones. «Descubrimos que estas cosas no nos permiten predecir nada respecto al buen desempeño de un futuro trabajador pueda tener dentro del trabajo», aseguraba uno de sus responsables de recursos humanos. Google es una de las grandes empresas (IBM o Apple son otras) en las que los títulos ya no se ven como exactamente una garantía de algo.
Y, quizás, el problema está también en que los títulos se han quedado un tanto vacíos en esa carrera por ser cosas y por posicionarse de cierto modo como profesional. Quizás el abuso del uso de títulos para asentar la marca personal ha hecho que estos se devalúen.