Hace algún tiempo me invitaron a un workshop en el que un grupo de profesionales, especialistas en diversos ámbitos de la empresa, debíamos reflexionar en voz alta sobre la importancia del humor en las organizaciones. Confieso que, en lo que a mí sobre todo me compete (el marketing), el humor forma parte del capítulo de insights más efectivos en una de sus parcelas como es la publicidad. Sin embargo, nunca me había parado a pensar que el humor, como ingrediente fundamental en las relaciones humanas, también desempeña un papel más que importante en la vertiente laboral de las mismas.
La Empresa también es una suma de emociones.
Una organización es el resultado de sumar los conocimientos y habilidades de sus miembros bajo el paraguas de una estructura racional y operativa. Esos son los elementos previsibles, controlables y evaluables de la empresa. Pero es un hecho, por otra parte, que hablamos de un colectivo de seres humanos cuyo saber y hacer se ejecutan en un escenario de emociones que son el «combustible» que nos permite relacionarnos, crecer, en suma, vivir.
Así pues, la emoción es un factor que, en el entorno de la empresa, es preciso gestionar para intentar convertirlo en actitudes positivas y enriquecedoras, que es donde está su auténtico valor. La emoción es entonces una herramienta para alcanzar los objetivos de la organización, y no un fin en sí misma.
Pongamos un ejemplo.
La competitividad profesional entre los miembros de la empresa genera una cierta excitación en la que se mezclan el deseo de superación sobre uno mismo y sobre los demás, la satisfacción de la victoria, la esperanza del reconocimiento público, la dosis extra de autoestima…. en fin, un conjunto de emociones que cada uno organiza en un orden de prioridades aspiracionales particular. Si desde la dirección se plantean retos con el único fin de generar dicha competitividad entre los trabajadores, se estarán generando seguramente tensiones innecesarias y frustraciones improductivas. Sin embargo, cuando se proponen metas a alcanzar y para ello se «provoca» un cierta competencia entre los profesionales, estaremos usando un excelente (aunque no inocuo) recurso para alcanzar la mejora pretendida.
No está mal «partirse de risa»
El humor es disruptivo. No forma parte de las normas establecidas de comportamiento colectivo, al menos no en el trabajo, en donde el sentido de la responsabilidad parece inseparable de unas ciertas maneras de seriedad. Sin embargo, el carácter «rompedor» del humor crea una actitud colectiva mucho más participativa y colaboradora, y por ello sirve para generar «equipo» y construir un escenario de colaboración más relajado y a la vez más productivo. Los expertos en Recursos Humanos y Sicología laboral saben que dicha actitud es la ideal para incentivar la innovación y la creatividad, y para fomentar la comunicación y la empatía entre los miembros del grupo.
No entendamos que, al exaltar las ventajas del humor en la empresa, estamos intentando usarlo como cortina de humo para evadirnos de los problemas que, en pura lógica, surgen cada día en el trabajo. En absoluto. De lo que se trata es de entender que, fomentando dicha actitud positiva, estaremos conformando una nueva manera de permitir y aceptar las críticas y los errores porque de esta forma se desactiva su posible carga de ofensa personal. Dicho con otras palabras, en un entorno en el que, sin renunciar al respeto que siempre debe merecernos el otro, ni tampoco a la jerarquía propia de cualquier empresa, se ha conseguido un ambiente agradable, en el que abundan más las caras sonrientes que los ceños fruncidos, la crítica o la queja se mantendrán en el terreno laboral o profesional, sin traspasar al terreno personal. Y ello porque seremos capaces de aplicar el «sentido» del humor preciso para evitar otros efectos secundarios.
El marketing de humor
El reto permanente del marketing en encontrar los caminos más efectivos para alcanzar al mercado y ejercer sobre él la influencia de atracción deseada hacia nuestro producto. Con las estrategias y acciones de marketing lo que se busca es establecer un puente que conecte empresa con cliente, marca con mercado. Está demostrado que éste último funciona en la mayoría de las ocasiones por impulsos emocionales; así pues, bueno será pensar que nuestro «puente» también debe apoyarse en los pilares de la emoción…, y el humor es emoción en estado puro.
Muchas de las grandes campañas de publicidad, por ejemplo, se sostienen sobre historias con una fuerte carga emotiva. Solemos creer que un spot de televisión solo nos «emociona» si nos hace llorar o, al menos, nos nubla la vista. Sin embargo, no es ese tipo de emoción el más efectivo en publicidad, sino justamente el contrario: recordamos y tiene un efecto impulsor mayor hacia la compra la historia que nos hace sonreír e incluso reír a carcajadas. ¿Por qué? Es fácil: porque como seres humanos tenemos una aspiración principal identificada con la felicidad o, si se prefiere, el bienestar, y, salvo excepciones, la risa supera al llanto como causa y efecto de bienestar.
En resumen, el humor debería formar parte del trasfondo que dirige las relaciones dentro de la empresa. Es casi, por tanto, una cuestión de filosofía o cultura empresarial que surge de la necesidad de gestionar y usar la parte más positiva de nuestra esencia como seres humanos… también cuando estamos trabajando.