La Autoridad Garante de la Competencia y del Mercado de Italia (AGCM), el equivalente italiano a la CNMTC, acaba de imponer una multa a dos gigantes de la tecnología que ha tenido un eco mucho más allá de su propio mercado. La AGCM ha impuesto multas tanto a Apple como a Samsung por lo que se podría considerar obsolescencia programada.
Apple ha recibido una multa de 10 millones de euros y Samsung de cinco, por hacer hecho que sus usuarios tuviesen que instalar en algunos de sus teléfonos actualizaciones que, según han determinado los investigadores del organismo, «redujeron significativamente el rendimiento» y causaron fallos de funcionamiento.
Las instalaciones no permitirían además volver a la «funcionalidad original» de los teléfonos afectados, como apuntan las conclusiones, lo que reducía el margen de maniobra de los usuarios de estos dispositivos. Los teléfonos afectados son el iPhone 6 y el Galaxy Note 4.
Italia no es el primer país que toma una decisión que penaliza a los grandes de la tecnología por sus prácticas de obsolescencia programada. Francia ya anunciaba hace unos años que iba a castigar por la vía penal este tipo de prácticas.
Las tecnológicas, a la cabeza
Sin embargo, a pesar de estas situaciones y a pesar de que hay un clima generalizado en contra de ellas, los grandes fabricantes siguen haciendo que sus productos tengan una vida útil limitada y hacen, con sus actualizaciones y novedades, que los dispositivos de generaciones previas se queden ‘muertos’ para sus usuarios, que si quieren estar a la última tienen que volver a pasar por caja.
De hecho, en el caso de Apple, la obsolescencia programada se convirtió no hace mucho en un motivo de crisis en término de imagen. Los de Cupertino tuvieron que reconocer que las actualizaciones del sistema operativo de sus iPhones hacían que los modelos más antiguos funcionasen más lentos.
Apple señalaba que lo hacía para que sus smartphones siguiesen funcionando sin caídas, pero desde el punto de vista de los consumidores la cuestión no se veía de esa manera. Parecía que Apple simplemente estaba haciendo que sus dispositivos funcionasen peor para así empujar a sus usuarios a comprar nuevos modelos. Apple tuvo que dar más información sobre lo que ocurría, ayudar a sus consumidores a visualizar cómo les iba a afectar en términos de batería y enfrentarse ya entonces a una demanda de los consumidores franceses.
Obsolescencia programada psicológica
Pero incluso así las compañías de tecnología siguen siendo grandes productores de obsolescencia programada. Al fin y al cabo, el ritmo de sus lanzamientos y la fanfarria que acompaña a cada nuevo producto no solo hace que el mercado siempre esté bullendo con novedades sino que además también crea la sensación entre los consumidores de que hay algo mejor a la espera.
Puede que los productos que ya tienen sus usuarios sigan funcionando, pero el boom de la novedad y de las nuevas funcionalidades (por mucho que no siempre sean realmente cambios tan grandes) hacen que se quiera lo nuevo. Se crea una obsolescencia programada psicológica. Las compañías de tecnología no son las únicas que lo hacen. No hay más que pensar en cómo funciona la industria de la moda para verlo. No compramos ya ropa cuando la necesitamos, sino que lo hacemos con cada temporada para poder seguir estando a la última.
Una larga y completa historia
La obsolescencia programada no es exactamente algo nuevo. De hecho, los expertos en la materia remontan su aparición a los años 20, cuando las medias de nylon se mostraron demasiado resistentes. Eran demasiado buenas y se rompían demasiado poco, lo que hacía que se comprase menos el producto. Por tanto, cambiaron las cosas para que las medias fuesen ‘menos buenas’.
Desde entonces, la obsolescencia programada y la percepción de los consumidores de que eso existe han ido en aumento. Puede que ahora no pensemos mucho en cómo y cuánto duran las medias (aunque se podría decir que duran de media muy poco), pero sí por ejemplo en la vida útil de las impresoras.
Una impresora siempre acaba dejando de funcionar, o al menos eso es lo que los consumidores sienten. Según los expertos en obsolescencia programada, están programadas para que eso ocurra. Al usuario no le queda más remedio que volver a comprar otra.
Pero además las propias prácticas comerciales han hecho que reparar o mantener sea más complicado que nunca. Las propias impresoras son un ejemplo. Sus garantías nunca cubren el tiempo de vida de la impresora, porque en sus condiciones imponen que en el momento en el que se introducen cartuchos que no son de la marca la garantía se pierda (y la mayoría de los consumidores acaban haciéndolo por una cuestión precio).
No solo eso. A veces reparar es más complicado que simplemente comprar un producto nuevo y las propias compañías se encargan muchas veces de ello, haciendo que encontrar nuevas piezas o simplemente ‘acceder’ al interior del producto para arreglarlo resulte imposible.