La falta de oxígeno puede acabar con nosotros, pero aunque parezca mentira, el preciado gas está vinculado a una de las extinciones masivas más grandes que han sucedido en la Tierra. Una parte de ese conflicto se ve representada en nuestra propia atmósfera. Dicho en términos sencillos, el oxígeno llegó después, y todo lo que no se adaptó a su presencia, quedó condenado a desaparecer.
Nuestra máquina del tiempo imaginaria nos lleva hacia el final del llamado Eón Arcaico, aproximadamente 2.500 millones de años en el pasado. El planeta Tierra no era muy amigable (en parámetros humanos, claro está), con una cantidad mínima de superficie disponible, altas concentraciones de hierro en los mares, y una atmósfera casi libre de oxígeno. Se especula que en esa época el agua tenía color verde, debido a la reacción del hierro con el azufre y el cloro, mientras que la atmósfera estaba dominada por nitrógeno, metano, dióxido de carbono y vapor de agua. Las primeras formas de vida en la Tierra eran anaeróbicas, por lo tanto, las cosas funcionaban relativamente bien… hasta que aparecieron las cianobacterias.
Con ellas llegó la fotosíntesis, y el mecanismo que ya conocemos: Un poco de luz solar, dióxido de carbono y agua, liberando oxígeno como resultado. El primer cambio drástico se manifestó en el océano, pasando del supuesto verde a un profundo rojo, sugerido por las formaciones de hierro bandeado. Esta oxigenación de los mares comenzó a aniquilar a las formas de vida anaeróbicas, envenenadas por el nuevo elemento. Luego se disparó la acumulación de oxígeno en la atmósfera, la reducción del dióxido de carbono (utilizado por las cianobacterias), y la reacción entre el oxígeno y el metano. La caída de la temperatura fue considerable, y lo que no murió a manos del oxígeno, quedó a merced de la Glaciación Huroniana, la era del hielo más larga y antigua documentada hasta ahora.
El proceso de extinción también incluyó a las cianobacterias. No olvidemos que dependen del CO2, y al haber utilizado la gran mayoría, su destino no fue otro más que morir ahogadas en su propio desperdicio… el oxígeno. Aún así, ninguna extinción masiva es perfecta, y las formas de vida que sobrevivieron heredaron un planeta recalibrado, con una capa de ozono robusta y temperaturas mucho más viables.
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