Una mujer se encuentra en un hospital dando a luz a gemelos, el parto ha sido sencillo y los recién nacidos, que pesan exactamente lo mismo, berrean con energía mientras les cortan el cordón umbilical. Una vez aseados, la enfermera con gesto sonriente se acerca, con los bebes, a la mujer recién parida y se los pone uno a cada lado de sus brazos. La madre los mira detalladamente, repasa a cada bebe de arriba a abajo con detenimiento y al cabo de un rato, abraza a uno con fuerza y le dice a la enfermera, “pues me quedo con el de la derecha“.
Al margen de lo absurdo del chiste, lo que plantea es que la figura del doble siempre genera cierta perturbación, en gran parte porque no parece natural que puedan existir dos elementos exactamente iguales, dos originales. La reciente madre buscaba la diferencia entre sus bebes, ¿cual es la copia y cual es el original?, como si uno deviniera del otro. Como si sólo uno de sus bebes pudiera contener todas las propiedades auráticas de autenticidad que proclamaba Walter Benjamin y el otro fuese sólo una simple reproducción. “Lo auténtico conserva su autoridad plena” (1).
Si el original se establece como verdad, la copia nos remite directamente a la ficción, una ficción que además puede reproducirse infinitas veces.
“Quitarle la envoltura a cada objeto, hacer trizas su aura, es el rasgo característico de un modo de percepción cuya sensibilidad, para lo igual en el mundo, se ha desarrollado tanto que hasta lo extrae de lo singular mediante la repetición” (2).
Pero, ¿y si la copia también quiere ser protagonista, más allá de su origen, a partir de él pero con un mensaje distinto, con una voz nueva?. Lo curioso es que 40 años después de su muerte, a Walter Benjamin le ha salido una copia, un personaje que hace conferencias simultáneas con su nombre en diferentes partes del mundo y además en varios idiomas. Un Walter Benjamin que encima ha publicado el libro The copy is a meta-original donde en cierta forma se auto-discute.
“Si un original es un reflejo de la realidad, entonces su copia es el reflejo de una reflexión, o un reflejo de segundo orden” (…) Una copia es un meta-original, refleja el original pero sus propiedades definitorias son diferentes de las del original, es más, son incluso opuestas. Una copia es, de algún modo, la antítesis del original” (3).
Si en algo estarían de acuerdo tanto el Walter Benjamin original como el Benjamin I, II o III, es que actualmente, la copia tiene un potencial revolucionario, por lo pronto, es capaz de borrar su referente, aislándolo en el lugar de los objetos delicados, que de tan valioso, su uso se ha vuelto inútil, el original ya no es lo primero.
En The perfect Man, Cristina de Middel comienza narrando la historia del doctor Ashok Aswani, que con 16 años decidió faltar al trabajo para ver cinco sesiones seguidas de La quimera del oro de Charlie Chaplin. Aswani perdió el trabajo, pero 47 años más tarde es el responsable del desfile de imitadores de Charlot más grande del mundo.
La primera parte de The perfect man, presenta a los imitadores de Charlot y los combina con imágenes de elementos industriales fabricados en serie: ruedas, cadenas, tuercas. Objetos repetidos que recuerdan esa idolatría por lo mecánico y lo industrial, propia de cierta fotografía de vanguardia.
La imagen de Charlot, aparece reproducida en diferentes espacios o a través de una sombra proyectada en la pared, es casi como un personaje propio, entre vigilante y amenazador, un alter-ego del original que se rebela a su personaje y fantasea con la idea de ser otro.
El ejército de caretas con el rostro de Charlot que portan hindúes de todas las edades, genera una imagen aún más perturbadora; el Walter Benjamín original nos hablaría de la pérdida del aura, pero su copia disfrutaría del discurso a-histórico y por lo tanto re-interpretativo de los diferentes Charlot.
La imagen de todas esas caretas de Chaplin posando para la foto recuerda a la hilarante escena final de la película Cómo ser John Malkovich de Spike Jonze, donde el propio Malkovich se introduce dentro de su propio cerebro, como un espía de si mismo, generando un surrealista bucle.
En la escena final, todas las personas del restaurante donde se encuentra John Malkovich tienen su rostro, vemos la cara de Malkovich repetida en cuerpos de hombres o mujeres, camareros o cantante, en los que están comiendo o discutiendo. Todos muestran su rostro como si les perteneciera de forma natural y cada palabra es sustituida por el sonido “malkovich”, una escena delirante con decenas de Malkovich que dicen malkovich, malkovich continuamente.
De una forma menos hilarante, los metafóricos Charlot de Cristina de Middel, evidencian con ironía, un mundo distópico. The perfect man reflexiona en torno al modelo de producción capitalista implantado en la India, que aliena a esos hombres, muy lejos de ser perfectos y donde el sistema jerárquico de casta sigue vigente. La pobreza se extiende reforzada por un mecanismo que sobre todo explota al peón más bajo en la cadena de producción.
El libro de Cristina de Middel es, sobre todo, muy azul, de hecho, el azul incluso tiñe la piel de los retratados, como una metáfora, en relación con ciertas deidades indias, que simboliza la pureza y perfección.
“La deidad que reúne las cualidades de afrontar las situaciones difíciles, la serenidad y el carácter fuerte se representa con la piel azul” – Cristina De Middel, ‘The perfect man’, 2017
En principio, The perfect man reflexiona en torno a la masculinidad en un país donde los contrastes y diferencias culturales, sociales y políticas, entre hombres y mujeres son especialmente contundentes. Cristina abre la puerta al debate, pues entre otras cosas, la figura masculina, de casta inferior, que trabaja todo el día pero que muestra su virilidad en la intimidad del hogar, frente a la mujer, aparece exageradamente dignificada. La mujer es casi invisible, reducida a una simbólica secuencia de cortejo entre dos palomas, donde tampoco es protagonista. Quizás podríamos pedirle un The perfect woman, esa contra-visión que refleje la otra cara de la moneda, por lo pronto la más perjudicada.
The perfect man es un libro complejo, un tanto oscuro, a pesar de las sutiles ironías ya tradicionales en Cristina de Middel, pero con diferentes lecturas, abierto a discusiones. Las únicas imágenes en color, nos remiten directamente a la parte documental, una fotografía más antropológica, pues muestra los efectos de la dureza del trabajo en el cuerpo de los hombres.
Acompaña también ilustraciones de manos, que refieren a la tradición existente en la india de cogerse de las manos entre hombres, algo que choca frente a la represión sexual, también incluye texto manuscrito y fotografías antiguas.
Pero, sobre todo, The Perfect man, es un libro fetiche, editado magistralmente por La Fábrica, contiene el representativo imaginario de Cristina de Middel, algo que lo hace muy atractivo y de agradable lectura. Para Cristina, el hombre hindú no es perfecto pero In India, everything is possible.
(1) Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. 1936.
(2) Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. 1936.
(3) Benjamin, Walter. A copy is a metaoriginal. Recent writings. 2013.