Hace 14 años se producía el primer positivo en dopaje por transfusión sanguínea de la historia del deporte. Su protagonista fue el ciclista Tyler Hamilton, gregario del siete veces campeón del Tour de Francia Lance Armstrong, a quien la Unión Ciclista Internacional obligó a devolver sus títulos por haber consumido sustancias prohibidas. Evidentemente, Hamilton no era, ni mucho menos, el primer deportista que recurría a una transfusión de sangre para mejorar su rendimiento, pero sí el primero en ser detectado por los organismos de control.
A Hamilton, como a gran parte de los deportistas investigados por dopaje, le acusaron de haber practicado una transfusión homóloga, esto es, de una persona compatible. Otro caso son las transfusiones autólogas, esto es, las autotransfusiones, una práctica muy difícil de detectar.
Hasta ahora, el método utilizado por la Agencia Mundial Antidopaje para descubrir este tipo de trampas era el conocido como ‘pasaporte biológico del atleta’, consistente en la comparación de una muestra de sangre anterior y posterior a la competición que permita comprobar si existen cambios significativos en la composición química del plasma.
La dificultad, según los investigadores, estriba en que este tipo de pruebas no permiten distinguir la diferencia entre una célula sanguínea "reciente" y una "almacenada", esto es, la perteneciente a sangra extraída con antelación e inyectada de nuevo.
Normalmente, el concentrado de glóbulos rojos procedente por ejemplo, de una donación de sangre, suele almacenarse por un máximo de 42 días, ante el riesgo que los cambios bioquímicos producidos con el tiempo acaben siendo perjudiciales para el receptor. Pasado este tiempo también disminuye la cantidad de trifosfato de adenosina (ATP), un nucleótido fundamental para transmitir energía a las células, así como la hemoglobina, encargada de transportar el oxígeno.
La detección en un control rutinario de alteraciones biomoleculares en estos glóbulos podría estar dando pistas de que parte de esa sangre analizada ha sido inyectada procedente de algún donante compatible. Sin embargo, las situación se complica cuando hablamos de autotransfusiones (o transfusiones autólogas).
Es por ello que un equipo científico de la Universidad Duke dirigido por Jen-Tsan “Ashley” Chi, doctorado de Centro de Biología y Genómica Computacional de la Universidad Duke siguieron la pista de un indicador menos conocido: los ácidos nucleicos presentes en los glóbulos rojos: en concreto, fragmentos de ARN, llamados microARN, que generalmente controlan la producción de proteína de cada célula.
Biomarcadores contra el dopaje
Los investigadores del estudio, financiado por la Agencia Mundial Antidopaje (WADA) y publicado recientemente en la revista Brittish Journal of Haematology, extrajeron primero tres bolsas de sangre de varios voluntarios. Tras analizar el ARN de diferentes momentos en un intervalo máximo de 42 días, llegaron a la conclusión de que, entre otros, microARN llamado miR-720 experimentaba unos cambios fácilmente detectables en todas las muestras recogidas a partir del día 1, lo suficientemente significativas para ser usadas como biomarcadores.
"Cuando se almacena una bolsa de sangre, una molécula de ARNt (ADN de transferencia) de los glóbulos rojos se rompe, produciendo miR-720. El proceso es irreversible, por lo que la presencia d eeste microARN indica que la sangre analizada podría haber sido almacenada", afirma Jen-Tsan Chi en declaraciones a National Geographic España.
Futuras investigaciones determinarán por qué la enzima que produce el microARN miR-720 permanece activa en las células sanguíneas 'almacenadas', y qué otros procesos pueden ayudar a determinar si la sangre procede de una transfusión propia.
Según profesor Chi, "serán necesarias varias investigaciones para detectar la presencia de miR-720 en un simple análisis de sangre", aunque admite que algún día pueda ser posible. De llegar a practicarse, podríamos estar ante el talón de Aquiles definitivo que permitirá desvelar a los deportistas tramposos.