El protagonista de La Náusea, novela de Jean-Paul Sartre, lleva el mismo nombre del artista que hoy nos ocupa, Antoine D’Agata (1961, Marsella, Francia). Éste detalla meticulosamente sus impresiones sobre lo cotidiano, esos menesteres banales del ser humano que conforman la rutina propia del vivir. Cansado de viajar por el mundo, en su retirada a Bouville, comienza a escribir su propio diario personal. “Pienso que este es el peligro de llevar un diario: se exagera todo, uno está al acecho, forzando continuamente la verdad“(1). Y en ese proceso literario, comienza a tejer un profundo sentimiento de repugnancia hacia el mundo; su diario se convierte en una constatación, un sentimiento de vacío existencial. (…)
El tiempo de un relámpago. Después de ello, el desfile vuelve a comenzar, nos acomodamos a hacer la adicción de las horas y de los días. Lunes, martes, miércoles, abril, mayo junio, 1924, 1925, 1926: esto es vivir” (2).
Náusea, siente el personaje de la novela de Sartre, como si el mundo fuera irrespirable; para Antoine, es la absurdidad de la propia existencia, una enfermedad endémica de la vida moderna. “Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los ven sus amigos” reconoce Antoine asombrado por el descubrimiento de su propio hastío, de su profunda desidia existencial y política.
Náusea y otras emociones, a veces contradictorias, también nos puede provocar Corpus de Antoine D’Agata, una exposición que con toda la intención, no pretende pasar desapercibida. D’Agata cuestiona la existencia humana, la explora en primera persona y nos la devuelve como un reflejo de un espejo, cargado de una realidad oculta y sibilina.
El deseo, fotografiado desde la desesperación; en la periferia de la vida, a veces sin ser vida. Sexo desgarrado, cuerpos que se mueven, alimentados únicamente por la metanfetamina; como una danza mortuoria, los cuerpos follan, no existe humanidad, sólo cuerpos, trozos de carne en movimiento. Y lo extremo como resistencia, como rebelión pero desde casi lo imposible, en el límite de lo posible… y Antoine sentencia: “El fin del hastío en el vértigo epidémico del vicio como principio de vida, de conocimiento y de existencia”.
En esos límites vitales se sitúa el trabajo de Antoine D’Agata, personaje asumido dentro de sus imágenes, con la responsabilidad propia de un mártir de guerra.
A menudo mi trabajo ha sido mal entendido, reducido a una simple estética. Y eso es frustrante, porque lo que persigo es una dimensión política, teórica, y una ambición de destruir la fotografía tal y como la conocemos, pero la gente prefiere hablar del romanticismo de la noche, de la autodestrucción, de la droga…
Antoine D’Agata descubre la fotografía a partir de un viaje a México, mientras acompañaba a un amigo, enfermo terminal de sida, que lo fotografiaba todo compulsivamente en un intento de contener cada vivencia de su último viaje; era la necesidad extrema de querer capturar cada instante, paisaje y mirada. La vida de su amigo se agotaba y la fotografía se convierte en una herramienta que le permitía atestiguar lo poco que le quedaba de existencia.
A partir de esta experiencia, Antoine adopta la fotografía como una herramienta poderosa que le permite documentar lo extremo; desde el exceso del sexo y las drogas pero también desde lo emocional. La fotografía le ayuda sobrevivir, poder regresar a la superficie. Es su posicionamiento en el mundo, una forma de resistencia frente a un sistema social, económico y político que promueve y a la vez oculta lo más miserable del ser humano.
“En aquel tiempo solo me interesaba ir hasta el final, siempre que al final hubiera una revolución, una guerra, siempre en los márgenes, siempre en el ámbito de la noche, así que cuando apareció en mi vida la fotografía lo hizo a partir de esos mismos elementos. Sigo en ello: es un rollo político… un acto de afirmación de cierta violencia criminal, viciosa, narcótica y sexual contra la otra violencia, la económica, que degrada a millones de seres humanos sin que ni siquiera se den cuenta. Es la violencia de los que no tienen nada contra la violencia del sistema que les niega como seres humanos”.
“Yo no soy fotógrafo” ha repetido Antoine D’Agata en más de una entrevista, a pesar de formar parte de la cantera de Magnum, “la fotografía es una manera de confrontar la realidad, de ser parte de ella, de tomar una posición“. También una manera de provocar al espectador, dañar, generar rechazo; Antoine nos pone en alerta, existe otro mundo y él lo relata en primera persona.
Para el historiador Didi-Huberman las imágenes son un espacio de lucha; a través de la fotografía las imágenes toman partido, se posicionan y se rebelan. El trabajo de Antoine D’Agata incomoda, genera cierto desasosiego, una violencia perturbadora; conflictos éticos y morales, náusea y vacío existencial. Se presenta como una gran bofetada que el espectador no puede esquivar. Su relación con las prostituta, con las que se autoretrata mientras follan de manera pasional y desesperada; esos retratos de mujeres consumidas hasta la extenuación por una vida de la que es imposible salir ilesa; Antoine hace crónica de una muerte en vida. Y a pesar de toda la sordidez, de lo más miserable, del aire nauseabundo, aparece la dignidad como un elemento rebelde, una ínfima y triste dignidad en ese breve sentir, como sentencia una de las retratadas, “aunque sea dolor pero sentir algo”.
En Corpus, Antoine D’Agata presenta una instalación con 302 autorretratos, grandes textos y varios audiovisuales. Su obra fotográfica en general, se caracteriza por esa estética de imágenes movidas y medio borrosas que lo relacionan con las pinturas de Francis Bacon. Aunque en Corpus sus autorretratos, en cierta forma, recuerdan más a Saturno devorando a sus hijos de Goya, donde un enorme cuerpo devora a otro más pequeño; la presencia de los cuerpos en los autorretratos de Antoine a veces muestra esa relación de cierto sometimiento, donde siempre hay un cuerpo más frágil.
Muchas de las imágenes son en blanco y negro, con mucho grano y bastante contraste pero también abundan las imágenes oscuras con colores saturados. La mayoría de las fotografías que se exponen son de pequeño formato y se presentan alineadas, una al lado de la otra, como fotogramas que alimentan esa perturbadora sensación de repetición; a veces da la sensación de estar dentro de un bucle obsesivo de cuerpos movidos, entrelazados violentamente, que repiten una y otra vez la misma acción.
Grandes murales presentados como una radiografía, nos invita a no quedarnos en la superficie; el trabajo de Antoine D’Agata es complejo y debe ser analizado más allá de su relación con el sexo y las drogas. Sus imágenes contienen cierta violencia, generan impotencia pues explora un mundo sórdido de una manera extremadamente sincera. Lo enfermo y lo crónico, acompañan al deseo como elemento vital. Deseando desear, placer y dolor se conjugan, el miedo está presente en todas sus imágenes y los grandes textos colgados en la sala acompañan como mantras, desvelan frases aparentemente delirantes, parece un ido o un loco que escribe compulsivamente desde lo más oscuro de su ser.
No podemos pasar por alto las proyecciones audiovisuales, donde prostitutas, en sus propios idiomas, hablan de sus rutinas o más bien ruinas existenciales; de su relación con Antoine, del sexo, del dolor, el vacío, la enfermedad… es quizás lo más emocionante de toda la muestra, realmente duele ver y escuchar reflexiones tan crudas.
Toda la muestra aglutina texto e imagen expuesta de tal forma que el espectador se sienta invadido, apresado por toda esa cantidad de emociones dispares. El montaje está absolutamente intencionado, existe por parte de Antoine mucho control en la sensación general que pretende provocar.
Por otro lado, ni las fotografías expuestas ni las proyecciones audiovisuales, muestran cartelas que permitan ofrecer alguna información extra, detalle técnico o biográfico de la obra. En el caso de los videos, quizás se echa en falta algo de información sobre la identidad que tienen esas mujeres que, de una manera muy íntima, narran cuestiones muy personales.
Aunque la expresión suene ya manida, la exposición no deja indiferente a nadie, pues en la premisa vital de Antoine D’Agata está la de usar la fotografía no como un elemento que muestra una realidad, sino como una forma expresiva de hacernos partícipe, involucrarnos en esa realidad.
“Lo importante no es como el fotógrafo mira al mundo, sino su íntima relación con él”.
Corpus es una exposición que pertenece a la vigésima edición de PHotoEspaña, enmarcada dentro de la selección “Carta Blanca” realizada por Alberto García Alix bajo el título La exaltación del ser; donde además se incluyen dos exposiciones más de los trabajos de Paulo Nozolino y Pierre Molinier.
La muestra se podrá visitar hasta el 24 de Septiembre el en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
1 – Sartre, Jean-Paul, La Náusea, pag 13.
2 – Sartre, Jean-Paul, La Náusea, pag 65.