Rara es la película de monstruos sin mensaje. No tiene nada de extraño: un monstruo equivale a un miedo personal, colectivo, social, íntimo o universal. Cómo afrontamos ese miedo es el argumento de las películas de monstruos. Los comunistas, la Gran Depresión, el capitalismo, la despersonalización, Lo Desconocido. Grandes terrores que han acabado haciendo del fantástico el género más abiertamente metafórico de todos.
Y de entre todos los monstruos, sin duda Godzilla y otras criaturas del kaiju eiga han sido los que más orgullosamente han llevado a cuestas un claro simbolismo. El primer saurio que arrasó Japón era una personificación con escamas y aliento radioactivo de los desastres de Hiroshima y Nagasaki. Y después de purgar el dolor convirtiéndolo en un icono pop, la reciente ‘Shin Godzilla’ le devuelve su doloroso manto simbólico al saurio.
Sin embargo, los monstruos gigantes también pueden llevar a cuestas un arsenal de metáforas intimistas. Parece contraproducente: ¿cómo criaturas de veinte pisos de altura que solo saben aullar, arrasar ciudades y pisotear débiles humanos van a contar historias cotidianas de amor, celos y relaciones malogradas? Bien: Nacho Vigalondo ha encontrado la fórmula.
‘Colossal’ parte del momento en el que una joven, Gloria (Anne Hathaway), que tiene severos problemas para gestionar su vida en general y con la bebida en particular, se muda al pueblo de su infancia y allí se reencuentra con amigos como Oscar (Jason Sudeikis). También descubre que a determinada hora y pasando por determinado sitio puede controlar a un monstruo gigante que está arrasando Seúl.
En ‘Colossal’ algunos de nuestros sentimientos son tan incontrolables que equivalen a monstruos gigantes
Pero este no es el secreto de la película: es el punto de partida. A partir de ahí, los monstruos gigantes se utilizan como canalizadores de sentimientos, pulsiones, celebraciones y cagadas más grandes que nosotros mismos. Vigalondo parece decir que todo lo que llevamos dentro, lo bueno y lo malo, es tan desproporcionado e incontrolable que acaba generando monstruos. Monstruos gigantes que arrasan ciudades orientales.
Vigalondo lleva practicando un ejercicio muy similar desde el principio de su carrera: usa los tropos del fantástico para explicar lo mundano, lo cotidiano y lo cutre de nuestro día a día. Su serie de extraordinarios cortos ‘Código 7’ reformulaban el universo de Philip K. Dick en la contemplación de una modesta cafetera. Y ‘Domingo’ observaba un histórico contacto con los alienígenas desde el prisma de una crisis de pareja.
En sus largometrajes, igual: tanto en ‘Los cronocrímenes’ como en ‘Open Windows’, la plantilla de los viajes en el tiempo y de la tecnología extrema eran el telón de fondo para tramas basadas en deseos mal gestionados y algo costrosos de los personajes: celos, amor no correspondido y el viejo y eterno calentón que nubla el entendimiento. Pero es ‘Extraterrestre’ la película de Vigalondo que más tiene que ver con ‘Colossal’.
En ella una invasión extraterrestre (muchos espectadores que, claramente, no entendieron el chiste, se quejaron del conscientemente engañoso título-chiste) era solo la excusa para describir un triángulo amoroso con sus celos, sus cuernos y su enamoramiento juvenil, y que se veía condicionado por un hecho secundario pero inapelable: hay un OVNI enorme sobre el cielo de Madrid. Y algo similar se plantea en ‘Colossal’.
El hecho de que Gloria controle a un monstruo gigante es solo el síntoma de que su vida es desastrosa. La metáfora del monstruo como algo que es creado por nosotros (por nuestros miedos, por nuestra historia, por nuestros conflictos) se aplica aquí literalmente y el resultado es la monster movie más emotiva y honesta de los últimos tiempos: al monstruo hay que vencerlo, pero no liquidándolo, sino entendiendo qué demonios hace ahí.
Y eso se consigue con el mejor, más medido y más sutil guion que ha escrito Nacho Vigalondo hasta hoy. Uno que rebosa detalles maestros y que van desde sus habituales pistas sobre el tema que se van repitiendo como estribillos a lo largo de todo el metraje hasta la sensacional evolución que hace vivir a sus protagonistas en direcciones opuestas.
‘Colossal’ puede presumir de contar con un dúo protagonista excepcionalmente entonado: Hathaway no tiene problemas en machacar su imagen de señorita de comportamiento irreprochable y Vigalondo le regala un papel de mujer poco necesitada de hombres que legitimen todos sus pasos. Y Sudeikis da un vuelco extraordinario al tópico de la comedia romántica del chico rechazado que insiste e insiste hasta que lo consigue.
Porque sí, ‘Colossal’ es una comedia romántica porque tiene humor y no poco romanticismo, pero también una que disfruta sacudiendo de la cabeza del espectador unas cuantas ideas preconcebidas acerca de los tópicos del género. Especialmente en lo que concierte a sus protagonistas femeninas y sus pretendientes. No es para menos: al fin y al cabo, es una película de monstruos gigantes. ¿O no?