Como ya les venimos contando, el cineasta español Carlos Saura es el protagonista de la exposición Carlos Saura. España años 50, una selección de 92 fotografías sobre los pueblos y la gente de España en los años 50, que forma parte del programa del festival PhotoEspaña 2017 y que se acaba de inaugurar en el Museo Cerralbo de Madrid.
Hará más o menos un año, que nuestro compañero Luis Ángel París se marcaba esta reseña sobre el libro España años 50, editado por La Fábrica y titulado precisamente como la exposición que nos ocupa. Porque, precisamente, era este trabajo, en tomo de lujo y no en la pared, el que ocupaba aquel libro. Un periplo de Saura por la España más bestia y subdesarrollada de la historia moderna, de cuya inauguración también les hablábamos hace poco.
Reconocido internacionalmente por sus películas, Carlos Saura (Huesca, 1932) ha compaginado su labor de director de cine con la de fotógrafo desde siempre. Siendo niño vivió en sus carnes la Guerra Civil, cambiando de residencia conforme avanzaba el conflicto. Terminada la guerra, los Saura volverían a Huesca fugazmente, antes de instalarse en Madrid. En 1952 abandonó sus estudios de ingeniería, ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (Escuela Oficial de Cinematografía a partir de 1962) y comenzó algunos cursos de Periodismo. Frecuentó las tertulias del Café Central y del Café Gijón junto a Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite o Ignacio Aldecoa, y es hermano del desaparecido pintor Antonio Saura, uno de los grandes renovadores del arte español de los años 60.
Uno de sus primeros trabajos fotográficos fue la serie Pueblos y gentes de España, fotografías de Madrid y los pueblos castellanos realizada en los años 50. Éste y otros trabajos de aquella época destacan por su valor testimonial y están relacionados directamente con el inicio de su trayectoria cinematográfica y aquella maravilla titulada Los Golfos (Carlos Saura, 1959). Desde entonces no ha dejado de hacer fotografías, extendiendo la temática al autorretrato, el retrato familiar, la fotografía de viaje y paisajística, la de gente anónima y la foto-fija de algunas de sus películas. En 2005 publicó la novela Ausencias, que, en palabras del autor, es su especial homenaje al mundo de la fotografía. Incluso se curra fotos pintadas, que él mismo denomina fotosaurios. Su primera exposición tuvo lugar en la real Sociedad Fotografíca de Madrid, en 1951. En 1964 expuso junto a Ramón Masats en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y ya en 1999 en el Centro Andaluz de la Fotografía de Almería. Al año siguiente, el Cercle d’Art de Barcelona le dedicó la muestra Años de juventud (1949-1962), ese mismo año recibió el Premio Aragón de la Diputación General, y en 2011, la Medalla Internacional de las Artes en la Comunidad de Madrid. Incluso ha sido investido Doctor Honoris Causa por la Université Lumière de Lyon y la Université de Dijon. Vamos, que cuando este caballero pase frente a usted, debería quitarse el sombrero.
“Empecé en la fotografía con una cámara que le robé a mi padre”
Carlos Saura (La Razón, 2016)
La exposición, comisariada por Oliva María Rubio, reúne una cuidada selección de fotografías del maestro Saura tomadas durante su juventud, en la España de dicha década. En ellas, Saura retrató la Cuenca más tiesa, con sus rocosos paisajes, sus “adustos pedregales“ que diría Machado, sus pueblos, sus costumbres y, cómo no, sus gentes, el auténtico componente del verdadero paisaje español. La matanza del cerdo en Cañete, las novilladas en La Zarzuela, los salones de baile de Madrid, las fiestas valencianas, los olivares andaluces, Castilla La Mancha, Sanabria…
España años 50 es, en verdad, un compendio documental, un álbum de fotos sobre los pueblos y los seres de la España que Carlos Saura atisbaba desde su atalaya de español favorecido, a través de numerosos viajes. Las imágenes retrotraen a quien mira a un tiempo que, aunque no tan lejano, parece directamente de ficción. Una Iberia miserable, embrutecida por las carencias, con sus pueblos llenos de calles sin asfaltar, con sus casas de adobe y piedra –tal y como se levantaban mil años atrás–, sus mulos y bueyes como semoviente principal de transporte y carga, sus mendigos, sus mujeres enlutadas, su crueldad contra el animal…
“España era entonces un país con reminiscencias medievales, hambruna y oscuridades. Las fotografías que ahora se muestran, algunas con defectos evidentes de exposición y de contrastes, son el testimonio, mi testimonio, de aquella España de los años 50”
Carlos Saura
Una España mísera y mucho más analfabetizada que ahora, reprimida y cegada, pobre e insalubre; pero también un extraño país con una gran riqueza cultural, de gentes abiertas y trabajadoras, supersticiosas y primitivas, aborígenes celtíberos llenos de ritos y costumbres. Desde luego, los años cincuenta, prósperos e imaginativos en el Primer Mundo que se recuperaba de la Segunda Guerra Mundial a paso agigantados, mucho más rápido que nosotros de la nuestra, fueron años propicios para artistas visitantes, ávidos de la vida asalvajada. Y, tanto fotógrafos españoles como Ramón Masats, Joan Colom o Català-Roca, como extranjeros (Eugene Smith, Henri Cartier-Bresson, Inge Morath, Elliott Erwitt, Robert Frank…), se dejaron caer por los pueblos más egregios y ricos en contenido visual. Curiosamente, la mirada de todos ellos, así como la de Saura, fue empática del todo, de cercanía con un pueblo que, estragos de la Guerra Civil y pobre y represión mediantes, había involucionado hasta casi la animalidad, dejando una impronta de escasez intelectual que dura hasta –vive Dios– nuestros días.
“Esto era un sueño para mí. Dejar un testimonio que no fuera el de la España oficial”, puntualizaba el artista en su presentación. “Quería mostrar una imagen diferente a la de la España de la falange y el turismo. Me encontré con pueblos deprimidos y mucha pobreza tras la guerra”. De la misma manera, Saura explicó lo riguroso y cuidado de la selección en las fotografías, reflexión sobre nuestro pasado más inmediato, con ese poder, inigualable, que este arte tiene para capturar la esencia de lo retrospectivo.
El propio Saura reconoce que, aunque su faceta de director de cine ha provocado mayor reconocimiento en su carrera, jamás a dejado de lado la fotografía, por la que siente, según sus propias palabras, una “especie de obsesión”, y que tiene que tirar, por lo menos, una foto cada día. Y lamenta profundamente el proceso de banalización que está sufriendo el medio, ese donde –al igual que pasa con el cine– cualquier puede hacer “buenas fotografías”.
La exposición estará en el Museo Cerralbo de Madrid todo el verano, concretamente hasta el próximo 3 de septiembre. No se la pierdan.