Burdeos es un destino idóneo para las escapadas cortas, con un monumental centro histórico muy fácil de recorrer a pie. No importa haberla visitado en ocasiones anteriores: la ciudad mantiene una innegable capacidad para sorprender con nuevas aportaciones al urbanismo de vanguardia que, sin embargo, no alteran su fisonomía tradicional.
La capital regional de Aquitania francesa conserva su alma festiva y el sabor de sus viejos barrios como el de Les Chartrons, con un delicioso mercado gastronómico artesanal que se celebra los domingos junto a los antiguos tinglados del puerto. Al mismo tiempo, Burdeos incorpora novedades arquitectónicas como La Cité du Vin, contruida en las reconvertidas orillas del Garona, o el Proyecto Darwin, absoluta referencia hipster en un espacio sostenible y ecológico, idóneo para ver exposiciones y conciertos o para tomar un café mientras se observa caer la tarde.
Tierra de vinos
Ciudad con muchos recorridos e interpretaciones, Burdeos vive su mejor momento cuando termina el verano y se anuncia la vendimia. Entonces la capital mundial del vino despliega sus matices, sus colores y una belleza sensorial que invita a la contemplación y al paseo por una ciudad que, desde hace siglos, rinde tributo y abraza al sinuoso Garona. Esta ha sido la principal consecuencia del rejuvenecimiento de Burdeos: dejar de dar la espalda al río para volcarse en él y convertir sus cuatro kilómetros de ribera en uno de los paseos más vitales y bellos que se puedan recorrer en Francia.
La relación de Burdeos con el Garona se entiende mejor en el Pont du Pierre. Junto a este puente antaño descargaban los barcos que traían azúcar americano y que luego llenaban sus cubiertas con toneles de vino. Ahora el puente es el punto de partida de muchos itinerarios turísticos, a pie y fluviales.
La plaza de la Bolsa incorporó el Miroir d’Eau, un espejo de agua en el que se ve jugar a los niños hasta finales de verano
El puente se localiza cerca de la Place de la Bourse, con forma de media luna y arquitectura clásica del siglo XVIII, que separa el Burdeos medieval del moderno. La plaza de la Bolsa incorporó el Miroir d’Eau, un espejo de agua en el que se ve jugar a los niños hasta finales de verano, corriendo entre surtidores que crean efectos de
neblina y reflejos celestes que adquieren más belleza al atardecer.
Burdeos también invita a perderse por las estrechas callejuelas peatonales de su compacto casco viejo. En él todavía perviven restos medievales y plazas con soportales bajo los que se han instalado comercios y restaurantes con terrazas en las que disfrutar de la joie de vivre. A este Burdeos se accede a través de alguna de las puertas fortificadas con forma de arco de triunfo que protegían la ciudad antigua, como la Porte Cailhau, del siglo XV, o La Grosse Cloche, construida sobre los restos de la desaparecida Puerta de Santiago, bajo la que pasaban los peregrinos a Compostela. La espiritualidad de Burdeos se revive, precisamente, caminando por las sendas jacobeas que cruzaban la ciudad hasta la catedral de Saint-André y la iglesia de Saint-Michel. Sus campanarios y torres elevan sus agujas por encima de los tejados de pizarra y definen el perfil de la ciudad.
El corazón de Burdeos
Pero el centro más vital de la vida urbana se halla en la Place de la Comédie, presidida por el majestuoso Gran Teatro y con animados cafés que recuerdan que hubo un tiempo en el que Burdeos fue conocida como el Pequeño París.
A poca distancia se abre la elegante vía comercial de Sainte-Catherine, repleta de escaparates de lujo de las grandes firmas de moda internacionales –más asequible es comprar en los outlets del Quai des Marques–, y también vale la pena pasear por el encantador Mercado de las Cuatro Estaciones, de productos gastronómicos.
La cultura y la historia tienen numerosas huellas en una ciudad que, a lo largo de su historia, ha sido cuatro veces la capital de Francia y un referente de su Revolución, como recuerda el Monumento a los Girondinos de la Place des Quinconces. Esta plaza es en la actualidad escenario de todo tipo de eventos y celebraciones; con una superficie de 12 hectáreas, los burdigalenses aseguran orgullosos que es la más grande de Europa.
La Cité du Vin es un edificio de cristal y aluminio cuya silueta con forma de decantador se recorta sobre el Garona
El repertorio gastronómico de Burdeos también es impresionante, como indica el hecho de que se sitúe en el "top" de las ciudades con mayor número de restaurantes por habitante. Sus calles desprenden olor a mantequilla, chocolate, vainilla, pan fresco, embutidos y, evidentemente, a vino, cuyo templo más reciente es La Cité du Vin. El nuevo icono arquitectónico abrió sus puertas el año 2016. Se trata de un edificio de cristal y aluminio cuya silueta con forma de decantador se recorta sobre el Garona. Además de proponer una experiencia enológica interactiva, el mirador de la octava planta permite disfrutar de una copa de vino con vistas al río.
El río Garona también sirve de guía para recorrer la comarca en pequeñas embarcaciones que navegan rumbo a los viñedos del norte. Tras recorrer la ciudad se hace imprescindible el contacto con esta tierra de vinos que hoy son el orgullo de Francia. Los viajeros dispuestos a sumergirse en la cultura enológica lo tienen fácil para explorar este territorio, sobre todo en tiempo de vendimia cuando el campo y las bodegas se hallan a pleno rendimiento.
La comarca en torno a Burdeos presume de suaves laderas donde se cultivan la uva cabernet sauvignon y la merlot, y también de enclaves medievales como el pueblo de Saint-Émilion, a 30 minutos de la ciudad y declarado Patrimonio de la Humanidad. Con cultura del vino desde los romanos, el enclave añade a su valor monumental –destaca el conjunto de iglesias románicas– una de las mayores concentraciones de bodegas de la región. Son los chateaux vinícolas de Burdeos, la mayoría abiertos al visitante y siempre flanqueados por hileras de vides que narran la historia de algunas de las más prestigiosas bodegas del mundo, de las que salen caldos de color rubí.
Fotografías: Fototeca 9×12; Aci; Awl images