La llegada del cine sonoro a finales de los años 20 supuso una auténtica revolución artística y tecnológica que, además de dejar sin trabajo a grandes iconos de la interpretación muda como Gloria Swanson, llevó un paso más allá el idílico romance entre cine y música. Dos medios cuya relación va más allá del simple acompañamiento, estableciendo un vínculo, en ocasiones, de naturaleza puramente simbiótica.
Noventa años después del estreno de la primera película sonora de la historia, este eterno amorío ha sido redimensionado gracias a la mano del infalible Edgar Wright, quien, armado con un metrónomo, ha conseguido dar un nuevo significado al sentido del ritmo con su ‘Baby Driver’: una irrepetible orgía fílmico-musical rebosante de humor, acción y melomanía llegada para desencajar mandíbulas y robar corazones.
Clasicismo multireferencial
Uno de los temas que componen la brillante selección musical sobre la que Wright ha edificado su sexto largometraje es la versión del original «Nowhere To Run» compuesto por el trío Holland–Dozier–Holland a mediados de los sesenta. Puede que el título no diga mucho por si solo, pero el hecho de que pertenezca a la banda sonora de la mítica ‘The Warriors’ de Walter Hill, refuerza la curiosa —y evidente— conexión entre el director californiano y ‘Baby Driver’.
Edgar Wright, devoto y reconocido admirador de la obra de Hill, bebe sin reparos de la ‘Driver’ de 1978 a la hora de abordar la temática de su filme, y de construir a su personaje central Baby; un piloto especializado en atracos silencioso y estoico interpretado por un encantador Ansel Elgort, que evoca al arquetípico héroe silente como si fuese un reflejo moderno del conductor de Ryan O’Neal.
Más allá de sus posibles referentes, el realizador británico responsable de la trilogía del Cornetto y la fantástica ‘Scott Pilgrim contra el mundo’ hace gala de su estatus de autor, empleando todos y cada uno de sus efectivos y reconocibles recursos visuales para ofrecer un espectáculo de primerísima categoría rodado a la antigua usanza. Una vibrante oda a los clásicos del cine de persecuciones en el que cada gesto, cada disparo, volantazo o cambio de marchas forman parte de una coreografía calculada milimétricamente.
Es precisamente el gran peso de la música, que conduce a la imagen al antojo de sus compases, unido a la condición de ‘Baby Driver’ como cinta de acción al uso, la que invita a calificar este hito en la carrera de Edgar Wright como una suerte de musical criminal. Un monstruo de Frankenstein que fusiona ‘Los paraguas de Cherburgo’, ‘Un trabajo en Italia’ y ‘French Connection’ dando lugar al entretenimiento perfecto tan estimulante para el ojo y el oído como para corazón.
‘Baby Driver’: entretenimiento y alma en una combinación perfecta
Porque más allá de su endiablada velocidad, su envidiable sentido de la comedia, y el olor a pólvora y rueda quemada que impregna al largometraje, ‘Baby Driver’ posee un alma que se introduce poco a poco bajo la piel a lo largo del metraje, y que deja un poso impagable tras su visionado en el que reina el buen rollo más auténtico, exteriorizado por una sonrisa cómplice difícil de borrar.
Parte de culpa de todo esto la tiene la química que derrocha la pareja protagonista compuesta por Elgort y Lily James; un dúo del que es fácil enamorarse y con el que no cuesta empatizar lo más mínimo. Junto a ellos, el plantel de excéntricos secundarios brilla con luz propia y logra exprimir hasta la última gota la vis cómica de un Edgar Wright que, se nota, ha vertido altas dosis de cariño al dar vida a sus personajes a través de un guión también escrito por él.
Para acabar de redondear, ‘Baby Driver’ esconde bajo su imparable show de casi dos horas una historia sobre la identidad, sobre lo que somos realmente, y sobre en qué nos gustaría convertirnos, que llega a tocar inusitadamente para un producto de estas características. Un subtexto que, corroborado por el propio Wright, moldea al filme como una suerte de inteligente reverso luminoso y positivo a la ‘Uno de los nuestros’ de Martin Scorsese.
‘Baby Driver’ es funk, es disco, y es rock. Es un filme de atracos vertiginoso y un musical romántico y encantador. Es un tema meloso y seductor de Barry White precedido de una frenética bacanal de explosiones y metal retorcido. ‘Baby Driver’ es clasicismo en estado puro y la más fresca innovación. Una auténtica y precisa obra de arte gestada en una coctelera de cuya mezcla ha salido una auténtica maravilla atemporal que será difícil olvidar.
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‘Baby Driver’: una orgía fílmico-musical irrepetible
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Espinof
por
Víctor López G.
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