Los elogios que está recibiendo la serie de televisión de Hulu (emitida en nuestro país por HBO) ‘The Handmaid’s Tale’ son incesantes. Y no es para menos: esta parábola feminista en formato de aterradora (por lo familiar que se siente) distopía hace un extraordinario trabajo adaptando el libro de Margaret Atwood de 1985 de forma fiel y coherente con el formato televisivo.
Lo que no es tan conocido es que el libro ya fue adaptado en una película de 1990, ‘El cuento de la doncella’, de gran ambición pero impacto muy limitado. La película, aunque fiel a la letra y a la historia, no tuvo más remedio que comprimir en hora y media una narración muy compleja basada primordialmente en las impresiones de la protagonista. El resultado es estimable como complemento al libro, pero cojea en aspectos esenciales.
‘El cuento de la doncella’, tanto el libro como sus dos adaptaciones (¡y la ópera que se representó en el año 2000!) tienen un argumento común: en un futuro cercano, los Estados Unidos se convierten en un gobierno teocentrista debido a la caída en picado de la fertilidad. Usando (los hombres, claro) la voluntad divina como excusa, se decide que las mujeres fértiles conciban bebés para los altos cargos del gobierno.
Esas mujeres son las doncellas o criadas. Una de esas doncellas es nuestra protagonista y a través de sus experiencias y recuerdos iremos descubriendo este nuevo mundo que ha arrrebatado el poder de decisión sobre sus cuerpos a las mujeres, en un claro simbolismo totalitario sobre los derechos civiles y sexuales.
Una adaptación llena de problemas
El proyecto arrancó casi desde la misma publicación de la novela, en cuanto esta se convirtió en un éxito de ventas. Y también desde el principio estuvo marcada por los problemas. En 1986 Atwood vendió los derechos a Daniel Wilson, que ya tenía prevista la participación en la adaptación de Harold Pinter como guionista, y de Karel Reisz como director. Sería una película de prestigio, alejada de una orientación estilo Hollywood.
Harold Pinter, premio Nobel de literatura en 2005, es un prestigioso dramaturgo y guionista. Entre sus obras de teatro más importantes están ‘La fiesta de cumpleaños’, ‘Retorno al hogar’ o ‘Traición’, y entre sus guiones -a menudo adaptando obras ajenas-, ‘El sirviente’, ‘El mensajero’, ‘Lo que queda del día’ o la versión de 1997 de ‘Lolita’ (de estas últimas renegó, exigiendo la retirada de su nombre de los créditos).
Tampoco andaba corto de prestigio el director inicialmente previsto para ‘El cuento de la doncella’, Karel Reisz, uno de los pioneros del nuevo realismo del cine británico de posguerra y que ya había colaborado con Pinter en ‘La mujer del teniente francés’, nominada a cinco Oscar y protagonizada por Meryl Streep. Aún así, estuvieron paseando el guion sin éxito durante dos años y medio, sin encontrar vías para producirlo.
Tras recibir respuestas de los ejecutivos, según cuenta The Atlantic, del tipo de «una película para y sobre mujeres… tendrá suerte si sale directa a vídeo«, Reisz abandonó el proyecto. Pero Sigourney Weaver, por entonces en la cúspide de su éxito, comenzó a interesarse en el proyecto, lo que atrajo al director Volker Schlondorff, autor de películas de prestigio como ‘El rebelde’, ‘El honor perdido de Katharina Blum’ y, sobre todo, ‘El tambor de hojalata’.
Weaver abandonó el proyecto cuando (ironía máxima) se quedó embarazada, y éste, tras una larga búsqueda de protagonistas espantadas por el feminismo militante del guion, acabó encontrando una heroína en la británica Natasha Richardson. Por sus antecedentes familiares combativos (su madre fue la muy activista Vanessa Redgrave) no se asustó del subtexto de la historia.
Grandes actores para una distopía fallida
La interpretación de Richardson fue muy criticada en su día, en consonancia con el mayor pero que se le puso a la película: se habló de que esta distopía era demasiado fría, demasiado distante (como sus actores) para resultar efectiva. Es cierto en parte, pero a la vez es una mala interpretación de los auténticos logros de la película.
La fría interpretación de Richardson está llena de matices que se entienden mejor si se ha leído la novela.
Es cierto que la reacción de Defred (o Offred en inglés, o Kate, como se llama en realidad una protagonista que en la novela no tiene nombre) es sorprendentemente tranquila con respecto a todo el caos que se desata a su alrededor, hasta el punto que a veces parece estar singularmente deshumanizada. En la novela se habla de que está drogada al principio, y su monólogo interior ayuda a entender, más tarde, que su sufrimiento no encuentra forma de ser expresado.
Pero este ambiente frío le da un tono muy especial a la película, ya que Richardson logra dotar de humanidad a su Kate con muy pocos recursos y de una manera que contrasta con la frialdad de la esposa del Comandante, una Faye Dunaway más madura que la de la adaptación televisiva, y también más calculadora y vengativa. Porque aquí las enemigas de las mujeres son las propias mujeres.
No solo la Esposa del Comandante es una arpía nostálgica y rencorosa: también las Tías (las mujeres que educan a las futuras criadas a base de tortura y castigos) son retratadas como auténticas sádicas, de un modo que queda más matizado en la serie, donde las mujeres que controlan y lavan el cerebro a otras mujeres son parte de un sistema controlado en la sombra por hombres, no una especie de matriarcado demencial.
Y esas figuras femeninas abusivas contrastan con la presencia del Comandante, un maduro Robert Duvall -en contraste con el atractivo Joseph Fiennes de la serie, pero más afín al personaje de la novela- que se entretiene en seducir y engatusar a la Criada. El comportamiento habitualmente reservado a las villanas (sinuosas, seductoras, maléficas en la sombra) se otorga aquí a un hombre, lo que resulta inteligente y subversivo a la vez.
Donde la película cojea más es en su retrato de la distopía futura. Quizás sea la época, quizás la modestia visual de una película que renuncia abiertamente a la espectacularidad, pero la necesidad de centrarse en los personajes obliga a Schlondorff a descuidar el retrato del futuro, del que se dan solo unas pinceladas. Todo ello hace difícil comprender el comportamiento de algunos personajes.
Aún así, Schlondorff se permite una experimentación visual brillante, por ejemplo en los trajes rojos de las criadas, muy influyentes en la estética de la serie de televisión (que bebe aún más del estilo de las comunidades religiosas primitivas de Estados Unidos). O en la escena de la violación de Effred, más grotesca y fría que en la serie de televisión y por ello, a su manera, más impactante.
Un cuento que tardó en encontrar su sitio
La película, ignorada por el público, fue un fracaso considerable: recaudó cinco millones de dólares frente a los 13 que había costado. Vista hoy, no es nada extraño: es una película fallida y que ni siquiera es valiente en lo rompedor de su propuesta. Por ejemplo, el lamentable romance con el chófer del Comandante es un recurso para un salvamento de última hora que contradice el mensaje feminista de la parábola.
Del mismo modo, la bien conocida fobia de Pinter a introducir voces en off en sus guiones subraya, por una parte, ese tono frío tan de agradecer de la película. Pero por otra parte, elimina uno de los elementos más poderosos del libro original: el flujo de pensamientos de Offred y una serie de disquisiciones esenciales para el discurso de la historia, como todo lo relativo al cuerpo de la protagonista.
El paso del tiempo, sin embargo, ha revalorizado parcialmente este ‘El cuento de la doncella’: durante un tiempo se la consideró película de culto (copias en VHS se cotizaban a más de cien euros en Amazon) y ahora está empezando a revisarse, con la novela convenientemente recuperada por nuevas generaciones de lectores gracias a la adaptación televisiva.
Al final, el problema de ‘El cuento de la doncella’ procede de la visión predominantemente masculina que ofrece: no en vano los responsables del film son dos hombres -director y guionista-. Y decidieron que, como queda bien claro contemplendo la horrenda portada (las variantes son muy similares, con Richardson en posturas más o menos pudorosas), ‘El cuento de la doncella’ iba un triángulo amoroso, y el futuro ya tal.
A la adaptación televisiva se le pueden poner muchas pegas, pero al menos el enfoque es adecuado: la propia Atwood, acompañada de la actriz principal, Elisabeth Moss, son productoras. Las acompaña Reed Morano, también directora del piloto. Juntas han decidido que ‘El cuento de la doncella’ es más que una distopía sobre hombres que no pueden procrear. Y ese pequeño detalle es el que no funcionó en esta curiosa, aislada y casi olvidada película de Volker Schlondorff.