El pasado 26 de abril de 2017, fallecía con 73 años y a causa de un cáncer de esófago, el director, productor, guionista… hombre de cine en general, Jonathan Demme. Nos deja su colección de “niños”, una vasta filmografía cuyo peor de sus títulos es más que respetable, y tres hijos de verdad. Todo el mundo sabe –porque el que no lo supiera seguro que se habrá enterado a colación del óbito–, que era el director de El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs. 1991) y Philadelphia (1993), porque bien es cierto que quizá sean sus películas más importantes. Pero lo que no es tan conocido es el resto de su trabajo, lleno de auténticas joyas, y determinados detalles de su vida y milagros.
Para empezar, es muy probable que incluso v.d. haya visto algún trabajo de Demme sin saberlo, bien porque no se ha fijado en los créditos de tal capítulo de tal serie, bien porque la pieza en cuestión no venía firmada. Videoclips, series, telefilmes, documentales –este señor se ha cascado incluso un episodio de The Oprah Winfrey Show, siendo ya un director consagrado en 1998–… el caso es que es más que probable que haya catado horas de Jonathan Demme dejándose llevar por su buen hacer. Puede que le haya visto usted hasta actuando.
Se despidió del oficio este mismo año precisamente en televisión, después de rodar el capítulo The Fire This Time para la primera temporada de la recién estrenada teleserie Shots Fired (Reggie Rock Bythewood, Gina Prince-Bythewood. 2017-), aún inédita en nuestro país. Territorio este de la tele (escuela de oficios donde las haya) sobradamente explorado por él desde que debutara, a su regreso del cine de Serie B de la factoría Corman, en la mítica Colombo (Richard Levinson, William Link. 1971-2003), dirigiendo A través del cristal (Murder Under Glass, 1978), que francamente es uno de los capítulos gourmet de este serial por el que pasó hasta Steven Spielberg. Visto su arte torero, no tardaría en ser requerido entre películas para realizar en 1982 el episodio Who Am I This Time? de la longevísima –en los USA, que aquí está indeditísima– teleserie American Playhouse (1981-1993).
Desde entonces, no ha dejado a la televisión en paz. Queden para el rescate sus sketches para el sacrosanto Saturday Night Live, entre 1980 y 1986. Y quede también un amplio catálogo de videoclises del que, a buen seguro y a pocos años que tenga, seguro ha degustado algún tema. Porque Hollywood no sólo acaba de perder a un genio intransferible, sino a un currante revolucionario.
“Tengo el corazón roto por perder a un amigo, un mentor, un tipo tan singular y dinámico que tendrías que diseñar un huracán para contenerlo. (…) Jonathan era tan extravagante como sus comedias y tan profundo como sus dramas. Él era pura energía, la animadora imparable para cualquier persona creativa. Tan apasionado por la música como por el arte, fue y siempre será un campeón del alma. J.D., el más querido, algo salvaje, hermano de amor, director de los corderos. Me encanta ese tipo. Lo amo tanto.”
Jodie Foster
Tenía “treintaytantos” pero amaneció en los ochenta con todo el power, dejando lo que después dejaría en el cine: un shock para su público coetáneo y una impronta a imitar por las generaciones venideras. Ya se habrá topado usted en sus años mozos con esa maravilla del arte del videoclip que ese “directo”, documento ya de valor incalculable, que filmó con los New Order para lustre de su tema inmortal The Perfect Kiss (1985), con el Once in a Lifetime (1984) de los Talking Heads convertido en imagen, o con la versión del I Got You Babe llevada a cabo al alimón por UB40 y Chrissie Hynde en 1985. Fíjense en si estaba metido en el tema del musicón pop que, en 1980 y como dato rosa, tuvo un “rollito” con la entonces famosísima cantante Belinda Carlisle –la de Heaven Is a Place on Earth–.
Y ya que estamos en estos berenjenales musicales, no dejemos de resaltar su trabajo, aunque posterior, en el campo del rock americano. Se cascó sus tres vídeos para el sensei de la vida Bruce Springsteen, uno de los cuales –evidente– fue el de Streets of Philadelphia, main theme de la banda sonora de su filme, y volvió a repetir versión del I Got You Babe, esta vez de mano de The Pretenders, en un vídeo homenaje, ya en el 2000. Enharinado en la misma década, llevó a cabo la titánica y encomiable trilogía documental sobre el maestro Neil Young en los filmes Neil Young: Heart of Gold (2006), Neil Young Trunk Show (2009) y Neil Young Journeys (2011), de todo punto imprescindibles para fans voraces.
Como ven, hemos pasado del videoclip al documental como quien se trasiega un vaso de agua. Esto debe a lo tentacular del trabajo –observen que la palabra está en negrita– de Demme, que ha tocado todo formato, género y producción. Sin abandonar lo documental, ha de citarse, ya que viene al caso de todo punto, Storefront Hitchcock (1998) filme sobre el maestro que, junto con aquel otro reciente que ya les destacáramos, posiblemente suponga el más didáctico y completo. Y filme que denota el amor y la dedicación disciplinada del señor Demme por esto del lenguaje cinematográfico, la estética de la luz, y las mañas de los oficios del audiovisual. Fíjense lo que se debería mascar en los banquetes familiares y fiestas de guardar de la casa de este caballero, que le salió un sobrino director. Y no uno cualquiera, sino Ted Demme, el autor de esa maravilla estrena en plena efervescencia del indie norteamericano sin traducir ni nada: Beautiful Girls (Ted Demme, 1996). Otro portento de la naturaleza, que también hizo sus hitos en el campo del videoclip en la MTV y que nos privó a todos de su talento desapareciendo prematuramente en 2002.
De actor, igual le han visto haciendo sus pinitos en películas como The Wonders (That Thing You Do! Tom Hanks, 1996) y Cuando llega la noche (Into the Night. John Landis, 1985), o más recientemente, en la teleserie Oz (Tom Fontana. 1997-2003), desde que debutara con un pequeño papel –sus intervenciones han sido más bromas entre amigos que otra cosa– en el clásico del terror-trash Viscosidad (The Incredible Melting Man. William Sachs, 1977).
Como director de largometrajes de ficción, que es por lo que pasará a la posteridad, debutó de la mano del amo del cutrerío Roger Corman y la comuna de técnicos americanos que formó para rodar en Filipinas películas de acción de bajo presupuesto para los autocines. De esta aventura disparatada nació un nuevo subgénero que se dio en llamar WIP y que ya les explicamos en qué consistía porque venía al caso para la nuestra serie sobre blaxploitation, con alguna que otra alusión al respecto en otra entrega posterior –lo de las Women in Prison dio para mucho–. De este derroche de explotación erótica nació la que posiblemente sea la única con tramas de protesta social y discursos de reivindicación feministas: La cárcel caliente (Caged Heat. Jonathan Demme, 1974). Un experimento arriesgado dentro de los cánones impuestos por un proyecto de encargo. El resultado: un exitazo que se salió de la norma, cuyo hondo contenido fue soslayado para quedarse sólo con su “pura dinamita”. La respuesta obtenida, y la obvia mentalidad hollywoodiense, le llevaron a realizar otra con mujeres armadas y pendencieras, Tres mujeres peligrosas (Crazy Mama. 1975), a la que siguió otro regero de éxitos de segunda división antes Colombo. Un buen puñado de filmes de acción nada desdeñables, de entre los que hay que destacar cum laude las excelentes Luchando por mis derechos (Fighting Mad. 1976), con Peter Fonda impidiendo que le tosar a tiro de flecha, y el filme de culto Tratar con cuidado (Handle with Care. 1977), estrenada como Citizens Band.
De la década del plástico –los 80– destaquemos el genialérrimo melodrama Chicas en pie de guerra (Swing Shift.1984), de cuyo rodaje saldrían dos parejitas: la conformada por los protagonistas Goldie Hawn y Kurt Russell, y la que acabó con el matrimonio de la directora de segunda unidad, Evelyn Purcell, y el señor director, artista que nos ocupa. También son destacables aquellas dos comedias con mujeres asalvajadas y díscolas: Algo salvaje (Something Wild. 1986), ya indispensable en la cinefilia moderna, amortizada y repetida hasta la saciedad; y la exquisita Casada con todos (Married to the Mob. 1988). En la una, la Griffith; en la otra, la Pfeiffer. Ambas más que recomendables.
Pero su década de petarlo fuerte viene justo a continuación. En los noventa llega su salida de las cavernas. Todo su buen hacer que los complejos hacia la comedia le negaban, pudo ponerlo en práctica en El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs. 1991), revolucionando el thriller para siempre, haciendo que el policíaco de la toda la vida y el terror absoluto se imbricaran en un mismo lenguaje. El intrigante guión de Ted Tally basado en los best sellers de Thomas Harris suponían la segunda adaptación sobre el Hannibal Lecter al cine, y una oportunidad de oro para Demme con la que poder lucirse. Al final, se lució todo quisque y el éxito aún resuena por los pasillos de los cines. El silencio de los corderos le sirvió al señor Demme para coronar la estantería con un Óscar al mejor director, y le situó en un nuevo caché que le llevaría a dirigir su otra galardonadísima película: Philadelphia.
A la reputadísima Philadelphia, le siguen otros éxitos destacables como el remake de El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate. 2004) más verosimil sin duda que la locura original con Frank Sinatra –eso sí, no por ello mejor, que la de 1962 es de John Frankenheimer, y eso es mucho decir– o el dramazo La boda de Rachel (Rachel Getting Married. 2008). Y quizá aún recuerden el póster de Meryl Streep ativiada de ¿punky?, con una guitarra eléctrica. Aquello era de la saltable por lo vista aunque visible por lo artesana Ricki (Ricki and the Flash. 2015) que Demme dirigió el mismo año que Another Telepathic Thing –ni siquiera estrenada en nuestro país–, firmando con éstas sus dos últimas cintas de largometraje.
Pero… ¿Y esas pelis extrañas?, ¿y esas rarezas y cosas de culto difíciles de encontrar o que, en su momento, tuvieron poca o ninguna difusión? Pues de esas también tiene el hombre. Puede pegarse usted un viaje arqueológico e igual tiene la suerte de encontrarse, no le hace ni falta irse demasiado lejos, la bellísima A Master Builder (Jonathan Demme, 2013) uno de los dramas más misteriosos y metafóricos del dramaturgo noruego Henrik Ibsen adaptado con una sensibilidad prodigiosa. Y también puede seguir buscando y dar con todo tipo de experimentos, documentales sui generis y pequeños juguetes. Y puede seguir y seguir… porque Jonathan no ha hecho otra cosa que filmar y filmar.
En su discurso de los Oscar de 1992, cuando trincó el premio a la Mejor Actriz por El silencio de los corderos, Jodie Foster dedicó unas palabras de agradecimiento a Demme “no sólo por su talento, sino por su bondad”. Quede pues en la gloria este gran tipo, que a todo el resto de humanidad nos quedan sus películas. Y eso ya vale como para estar agradecido.