Un año después de ser estrenada y de haber arrasado en festivales del mundo entero, llega por fin, y gracias al esfuerzo de la distribuidora Compacto, La vida de Anna (‘Anas Tshovreb. Nino Basilia, 2016) hoy viernes, 16 de junio. Una producción de Georgia, con apoyo de Suecia, debut de la directora Nino Basilia, y debut también de un pedazo de actriz y una estrella de cine como la catedral de Burgos, la ciclónica y certera Ekaterine Demetradze. Un drama social sin nada de repostería, ni virutas de edulcorante por encima, ni nada; desgarrador, contundente como un mazo… imprescindible.
Trocó su título original en georgiano ‘Anas Tshovreb por el saxofónico Anna’s Life, y desde entonces su carrera internacional ha sido fulgurante. Entre sus numerosos periplos ha ido arramplando premios a lo largo y ancho del mundo: Premio a la Mejor Película y Premio Fipresci en el Cairo International Film Festival, Silver Atlas y Premio del Jurado en el Arras Film Festival de Francia, Luna de Valencia a la Mejor Película en el Valencia Jove, Festival Internacional de Cine de Valencia, Mejor Película también en el último Evolution! Mallorca International Film Festival, Premio del Jurado en International Crime and Punishment Film Festival de Estambul, Premio al Mérito en el Construir Cine- Festival Internacional de Cine sobre el trabajo de Buenos Aires… y así podríamos seguir entre palmareses y nominaciones varias. Lo cierto es que el drama goza de mucho atractivo y cuando, lejos de retratar lo “pornográfico” de la naturaleza humana, se cimenta con solidez en un discurso que además está bien desarrollado, el espectador suele sobrecogerse por la sorpresa y los premios llegan solos. Más sorpresa aún, cuando el filme en cuestión es una de estas óperas primas que, aparente madurez mediante, no lo parece en absoluto.
Si a estos aciertos se le añade el exotismo audiovisual que irrigan países poco explotados por el medio, mejor. Y en estas, la antigua República Socialista Soviética de Georgia -que más de uno confunde con el estado de los USA en su pronunciación-, supone el más propicio de los decorados. Sus abruptos países urbanos, decadentes y modernos a la par, pasados de rosca y de moda, y su condición de fronterizo, hacen de este país un personaje más, el verdadero obstáculo antagónico de Anna, la estoica mujer que da título a la cinta.
La historia de Georgia se remonta a los antiguos cólquidas e íberos. Georgia llegó al culmen de su fuerza política durante el reinado de David IV y la Reina Tamar, en la Edad Media. Después, en época más reciente, ha pertenecido al Imperio ruso, del se independizó tras la revolución de 1917, para volver a anexionarse, esta vez bajo el manto de U.R.S.S. en 1921. Desde 1922 hasta 1991 la República Socialista Soviética de Georgia fue una de las quince repúblicas federales de la Unión Soviética, de entre las más preciadas. Poco después del colapso de la Unión Soviética, Georgia se declaró independiente. Empezó entonces su etapa de “exrepública”, sufrió disturbios civiles y una durísima crisis económica que se extendió durante casi la totalidad de la década de los 90. A través de la denominada “Revolución de las Rosas” de 2003 el nuevo gobierno introdujo reformas democráticas y económicas. Reformas que, con su buena burocracia de por medio y como es costumbre, jamás llegan al verdaderamente necesitado.
Anna es un arquetipo –pero con muchísimas más aristas de esas que tanto gustan mencionar de las que a priori parece– de mujer luchadora de clase baja, madre soltera, de esas que tanto gustan de retratar en el cine, y cuyo retrato no siempre llega a percibirse como sincero del todo. Tiene 32 años y cuatro trabajos (todos de esos que nadie quiere hacer) al mismo tiempo. Es la única manera que tiene de mantener a su hijo autista.
Atenazada hasta la extenuación por todo tipo de necesidades no cubiertas, deudas, precariedades e infortunios, toma la decisión de emigrar a los Estados Unidos con el fin de, como cualquier inmigrante de perfil urgente, amasar dinero con el que mejorar sus condiciones de vida en Georgia. Por supuesto, lo mismo que no termina de llegar la ayuda gubernamental para la dependencia de su hijo, tampoco llega ninguna suerte de cédula o visado. No tarda en aparecer el “vivo” de turno que le promete un documento para poder viajar, de curso ilegal. Ella se arriesga –más que nada, porque, si no, no hay película–, y vende su casa para poder pagar el visado falso. Y no querrán que les siga contando, ¿no?
“Quería hacer una película que reflejase la vida y los sueños de los jóvenes que viven en Georgia, que luchan día a día para mejorar sus condiciones de vida. La vida de Anna relata el tedio diario de una madre joven y soltera: su optimismo, su pobreza, la entrega a su hijo, sus problemas y las dificultades que tiene que atravesar”
Nino Basilia
Natural de este país tan brutal, Nino Basilia estudió filología en el Instituto Pedagógico de Tbilisi –Tiflis, la capital–. Ha escrito novelas y guiones para televisión durante años, hasta que decidió graduarse en el Instituto de Guionistas y Directores de Moscú. El guión de La vida de Anna ganó un premio del Centro Nacional de Cine de Georgia, ganándose el estreno exclusivo –antes de ser rodada– en el Festival Internacional de Cine de Göteborg (Suecia). Y, si bien es cierto que el filme está plagado de carencias narrativas de diversas naturalezas, la opción de “técnica Dardenne”, que antes se llamaba “mirada a lo Loach”, está mejor que bien aprovechada.
Sus ademanes de estilo son personales e intransferibles; su naturalismo, sincero; su “suciedad” compositiva, rítmica y clara. La forma de “sortear” los cortes para no interferir en la “verdad” representada está sólidamente narrados, sin puestas en escena teatrales ni pantomimas con aromas de improvisación por pataleta. El nivel escaso desarrollo técnico se suple con nervio, y se apoya en un impecable trabajo de fotografía del diletante Tato Kotetishvili, quien de momento sólo ha firmado la imagen de la comedia de éxito, coproducida con Ucrania, Brma paemnebi (Levan Koguashvili, 2013). Nada que ver con otros experimentos “dardennescos” fraudulentos y sin sangre, y no me hagan citar títulos, pero ya hemos desarrollado alguno en esta site –en concreto uno con dos dires de foto, no sabemos si uno para el techo, y el otro para la comida–. La vida de Anna (‘Anas Tshovreb. 2016) conmueve de verdad, desgarra… duele. Y lo hace porque la sinceridad prevalece, y porque los cimientos técnicos son de lo más sólido.
Fresquísimo debut, sin duda, sorpresa exótica. En estos tiempos de inmediatez y relampageo, cuesta acudir a la llamada de una ópera prima “de autor”, rodada en georgiano, que además puede ser cataloga de “social”. Pero, créanme que cada uno de los ciento y pico minutos que componen esta fábula, merecen la pena. Y el descubrimiento de Ekaterine Demetradze… no les digo ya.
Señoras y señores, piensen que alguien ha hecho el esfuerzo de distribuir esta cinta (que les repito que es georgiana, ¡nada menos!). ¿No van a hacer ustedes el esfuerzo de buscar una sala donde la proyecten y acudir? Pues ustedes se lo pierden.