Se trata del punto más alejado cualquier línea de costa, el más distante de cualquier atisbo de civilización que pose sus pies en tierra firme, e irónicamente, no podía encontrarse en otro lugar que en el océano Pacífico.
El enclave al que nos referimos fue bautizado en honor al comandante del Nautilus, el protagonista de la novela de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino y uno de los personajes de La isla misteriosa. Exactamente, se trata del conocido como Punto Nemo.
Situado en las coordenadas 48 ° 52.6'S 123 ° 23.6'W, el Punto Nemo, también denominado como el polo oceánico de inaccesibilidad, se encuentra separado de manera equidistante por 2.688 kilómetros de las tierras más cercanas: la Isla de Ducie –en el archipiélago de las Pitcairn– al norte; Motu Nui –cercana a Isla de Pascua, al noreste; y al sur, de la Isla Maher , en la Antártida. Tan aislado e incomunicado se encuentra este punto del planeta que en ocasiones son los astronautas de la Estación Espacial Internacional los seres humanos – o sobrehumanos, según se quiera ver- los que se encuentran más cerca del lugar.
¿Y que hay allí?
En realidad se trata de un lugar bastante peculiar. El mismo ha sido elegido en numerosas ocasiones por las agencias espaciales de Rusia y Japón, e incluso por la ESA, como un auténtico cementerio de naves espaciales. No es exactamente una novela de Julio Verne, pero empieza a parecérsele: a fin de disminuir las posibilidades de que a su regreso a la Tierra, cualquier nave, satélite, sonda o estación espacial pudiera aterrizar por error algún lugar habitado, el Punto Nemo ha sido el lugar elegido durante décadas para dar el último descanso a la tecnología humana más avanzada. De hecho, allí yacen precisamente los restos de la antigua MIR, la desmantelada Estación Espacial Rusa de origen Soviético.
No se puede negar que el asunto de un cementerio de alta tecnología situado en medio de la nada e inaccesible al espionaje industrial o gubernamental tiene cierto punto de épica, sin embargo no deja de ser, tristemente, una muestra más de cómo los humanos podemos hacer un vertedero de cualquier punto del planeta, por lejano que se encuentre. Otro ejemplo de ello lo encontramos en la de isla de Henderson, una de las que conforman el archipiélago de las Pitcairn, mencionado con anterioridad. Se trata de una de las islas más remotas del planeta y la cual se encuentra gravemente contaminada por el plástico que llega a sus costas.
Ya, pero, ¿qué hay allí?
Pues haber, lo que se dice haber, no hay nada, solo agua. Mires donde mires, norte, sur, este u oeste, solo encontrarás agua. Hacia arriba el cielo, y hacia abajo el fondo del océano, que en dicho punto se encuentra a unos 3.700 metros de profundidad. Esto no impidió sin embargo que durante varias ocasiones durante el verano de 1997 la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estadounidense –NOAA– detectara en sus inmediaciones un misterioso sonido de ultra baja frecuencia al que denominó con el nombre de “bloop”.
Bloop fue detectado por los micrófonos instalados por el ejercito de los Estados Unidos en el fondo del océano Pacífico durante la Guerra Fría con el fin de localizar los submarinos nucleares desplegados en el mismo por la Unión Soviética. Más tarde, en 1997, al revisar y arreglar dichos micrófonos, los científicos se encontraron con el extraño sonido.
Con un rango de frecuencia casi subsónico e inaudible al oído humano –la grabación se encuentra acelerada unas 16 veces, aproximándose la original a los 7 minutos- se especuló en su momento con que la fuente de bloop podía pertenecer a un animal submarino de extraordinarias dimensiones. Bien podría haberse tratado según las tesituras aventuradas por algunos científicos, de alguna especie de pulpo o calamar gigante que hiciera las delicias del capitán Nemo. Bien quizá de alguna colosal especie desconocida de ballena que hubiera relegado los delirios del capitán Ahab por Moby Dick a una simple rabieta.
Desechadas ambas teorías, ya que los cefalópodos carecen de los sistemas fonadores que les permitirían emitir estos sonidos, y dado que las ballenas necesitan salir a respirar y, en ocasión alguna fueron detectadas por satélites o barcos en las inmediaciones, “bloop” se asoció al sonido generado por las fracturas de los icebergs. Y aunque con posterioridad las grabaciones de estos fenómenos han mostrado una gran similitud, esta última hipótesis nunca ha sido dado por cierta.
Descartados pues, calamares, pulpos y ballenas gigantes, y con la hipótesis de los icebergs aún por validar, todavía queda un espacio para la imaginación en las inmediaciones del Punto Nemo. Y es que el punto de origen del Bloop resulta sorprendentemente cercano a la localización de la ficticia ciudad sumergida de R'lyeh, donde fue encerrada la deidad ficticia creada por H. P. Lovecraft, Cthulhu.
Nada mal para un lugar en el que parece que haber, lo que se dice haber, no hay nada, solo agua. Sin embargo, al César lo del César y a la literatura lo de la literatura. Pese a la ausencia de monstruos marinos o seres mitológicos, aunque a duras penas, ciertas formas de vida han conseguido abrirse paso en las difíciles condiciones de habitabilidad del Punto Nemo.
Bueno, pero, ¡entonces allí hay algo, o no?
Las perspectivas no parecen muy alentadoras. El Punto Nemo se ubica casi en el centro de la Corriente Circular del Pacifico Sur, y se encuentra bloqueada más al sur por la Corriente Circumpolar Antártica. De este modo su situación impide la llegada a sus aguas de corrientes más frías cargadas de nutrientes. Del mismo modo, al estar tan alejadas de las masas de tierra tampoco llegan grandes cantidades de materia orgánica arrastradas por el viento. La consecuencias de ambas situaciones hacen del Punto Nemo una de las regiones oceánicas menos biológicamente activas del mundo.
Sin embargo, el Punto Nemo está cerca del extremo sur de la Dorsal Pacifico-Atlántica, denominada también cordillera de Albatros o cordillera de la Isla de Pascua. Se trata de una cordillera submarina que se extiende en sentido sur-norte por el fondo del Océano Pacífico desde las inmediaciones de la Antártida, en el mar de Ross, hasta internarse en el golfo de California, y que marca el límite de las placas tectónicas del Pacífico y de Nazca.
El Punto Nemo es una de las regiones oceánicas menos biológicamente activas del mundo.
Y es allí donde surge la magia, entre los respiraderos hidrotermales que se abren hueco en la dorsal y de los que emana el magma y una mezcla de gases y vapores cargados de minerales. En el seno de estas fumarolas y fuentes hidrotermales se establece la base de un ecosistema en el cual las condiciones de vida son especialmente duras, pero en el que algunas bacterias extremófilas son capaces de obtener energía de las sustancias químicas liberadas en sus emanaciones. Hablamos de organismos quimiautótrofos, que son aquellos que, como hemos dicho, son capaces obtener la energía necesaria para su metabolismo de la rotura de los enlaces de ciertos compuestos inorgánicos. Y lo que los hace tan especiales es que lo hacen en ausencia de luz solar. Así, estos suponen la base – es decir, son los productores primarios- de una cadena alimenticia que se establece al margen de la fotosíntesis – sobre la cual se sustenta la mayor parte de la vida en la Tierra- y a su vez sirven de alimento a otras criaturas de mayor tamaño como el cangrejo yeti – Kiwa hirsuta– observado por primera vez en aguas del Pacífico en 2005.
Una criatura que quizá, deje mucho que desear en comparación con el monstruo creado por la imaginación de Lovecraft o la entelequia de Verne, pero de la cual, haber dicho en el pasado que podría habitar en el punto Nemo, hubiera sonado igualmente a ficción.