Te aproximas al fuego, descubres su potencial y compruebas los esfuerzos de quien se enfrenta a él para controlarlo. La preparación para minimizar los impactos y peligros es imprescindible si quieres trabajar en ese escenario. El “elemento” que está fuera de control se convierte en un animal salvaje de voracidad muy peligrosa. Un enorme ser vivo que se adapta al territorio y a las adversidades de un modo espeluznantemente asombroso. Una bestia con rostro llameante.
Los bomberos forestales tienen la sabiduría y las capacidades necesarias para bajar cada día al infierno a tratar de domesticar al fuego. A los animales salvajes no podemos aspirar más que a apaciguarlos. Después de hacerlo, con los rostros tiznados, regresan a casa. Y a la mañana siguiente, ponen marcha de nuevo hacia el infierno. El fuego es una herramienta usada por el hombre para modelar el paisaje, le ayuda a proteger zonas forestales gracias a las quemas controladas, regenerar los pastos y crear nuevos campos de cultivo. Fuera de sí, se transforma en un enemigo difícilmente batible.
A mediados de los años cincuenta del siglo XX se empiezan a sustituir en España y Portugal los combustibles tradicionales; la leña y el carbón por el petróleo. Los animales de tiro se cambian por los vehículos de motor y arranca el declive del mundo rural en España. A su vez, los usos del bosque caen en el olvido. La privatización de los servicios forestales, la escasez presupuestaria y la mala administración de estos impide la contratación de bomberos calificados durante todo el año. El escaso trabajo preventivo en el invierno no es suficiente para mantener al fuego apaciguado durante las épocas de mayor actividad. Esta situación se ha convertido en un grave problema en la Península Ibérica.
Los Hombres del fuego nunca bajan la guardia y saben que el equipo humano y técnico es el valor más grande para darle caza. Estas vidas y sus esfuerzos son las que me interesa destacar con mi trabajo, es ahí donde quiero mirar. Busco de puntillas, –como me gusta trabajar, sin molestar– entrar en sus vidas y pesares para sentir y transmitir sus miedos, sus esfuerzos, preocupaciones y conocimientos. Convivir con ellos entre humos y sentir sus mismas experiencias.
Camino discretamente por la península, de fuego en fuego, de bestia en bestia. Y aunque parecen muy similares por el color de su piel, en cada región de la península tiene sus aliados; el lenguaje y las trampas para cazarlos también varían. Si el animal crece se fortalece y encuentra los mejores compañeros. Avanza sobre la masa forestal dispuesta a ser consumida, escapando por la orografía más abrupta, evitando darle alcance y aprovechando el empuje del viento en esas zonas para convertirse en veloz. Se retroalimenta y avanza con más soltura. Es capaz de crear su propio hábitat elevando la temperatura, bajando la humedad y acelerando el viento.
En Galicia y norte de Portugal consigo fácil acceso para trabajar por la cantidad de caminos rurales que lo configuran. Asturias, Cantabria y León son de altos vuelos. Son zonas muy abruptas, imposibles de acceder sin recursos para aproximarse. Igual es la zona mediterránea, donde el incendio interfase Urbano-Forestal obliga a un alto control de seguridad para alejar a los amigos de lo ajeno de las urbanizaciones desalojadas precipitadamente y a los vecinos preocupados por sus propiedades. Esta circunstancia me obliga a dialogar demasiado o culebrear para poder saltar esos controles.
En Aragón si no te encuentras dentro del perímetro del incendio te puedes estar alejado a más de treinta kilómetros y solo ver humo y aviones en la distancia. La baja densidad de Población, al igual que ocurre en determinadas zonas de Castilla La Mancha, permite parámetros de seguridad para la emergencia a muchos kilómetros de distancia del incendio. Aquí, o te buscas un guía autóctono que te aproxime y te cuelas en la caravana del camión que traslada la maquinaria pesada o esperas un cambio de guardia en algún camino para colarte. De lo contrario, solo podrás aspirar a ver el incendio con prismáticos que por cierto son una herramienta muy valiosa para mí.
Cada región tiene sus particulares características y en cada una de ellas distintas fórmulas para hallar lo que hemos ido a buscar.
Mi interés por descubrir a quien trabaja cuidando nuestros bosques se remonta a mi infancia. Ramón, mi tío Ramón fue guarda forestal. En su Land Rover Defender, cuando descansaba de sus turnos, subíamos la montaña, y en su puesto de vigilancia, acompañábamos a quien hacía su relevo para darle conversación. Me explicaba entonces, con sus prismáticos, detalles de la orografía del terreno, y me hablaba de corzos, jabalíes y todo tipo de animales. Aunque Ramón tuviera el día libre nunca olvidaba el bosque.
Nací y me crie en el llamado triángulo del fuego: Portugal, Ourense y Zamora. En esa zona de Galicia donde inexplicablemente los incendios son tan comunes que ya no ocupan las portadas de los periódicos. Ese espacio se reserva para los más grandes, los GIF; los llamados grandes incendios forestales por superar las 500 hectáreas. Estos saltan el cortafuegos mediático y abren los primeros minutos en los telediarios.
Vi salir por la noche a vecinos y familiares que regresaban tiznados a la mañana siguiente tras pasar la noche discutiendo con la bestia, tratando de convencerla para que desistiera de su empeño. Ropa limpia que, una vez tendida, se recoge para ser lavada de nuevo; las cenizas las han ennegrecido una vez más. Me acostumbré al sol veraniego cubierto por humo y el olor duradero cuando el peligro ya ha pasado. En los telediarios se aprecian aviones descargando agua sobre las faldas de las montañas, rebajando la intensidad de las llamas, pero nunca llegamos a ver imágenes de los hombres que bajan al infierno. Eso, y todo lo pasado, es lo que me hace interesarme no tanto por el fuego, poniendo más interés en quien trabaja junto a él. Busco los rostros de quienes, sumergiéndose en el humo, con una simple azada y un batefuegos lo controla como un domador, para hacerlo desaparecer hasta la próxima, porque el fuego siempre regresa.
Ahora, tras el paso de muchas campañas forestales y preparando la siguiente descubro la cantidad de imprudencias que he cometido. Mi mejor aliado en el monte es el conocimiento para analizar los distintos factores que afectan a la evolución de la emergencia. Estudiar vías de escape, cuestiones relacionadas con la seguridad individual y colectiva, apuntes orográficos y análisis de la masa forestal y combustibles disponibles, su comportamiento, las técnicas y las estrategias empleadas por los distintos protagonistas que se encargan de extinguirlo es prioritario para conseguir mi propósito, y por encima de todo, mantener un porcentaje alto de seguridad para lograrlo.
Enfrentarnos al fuego es serio. Quema, y no solo quema, envenena la sangre, asfixia los pulmones o los consume desde dentro con bocanadas de aire hirviendo. Cuanto mejor conozcamos sobre su personalidad variable más sencillo es minimizar impactos negativos y evitar riesgos para nuestra seguridad, y en consecuencia, la de las personas que tengan que facilitarnos auxilio para superar un momento delicado.
Lo único que me diferencia visualmente de ellos, de los hombres de fuego son mis cámara de fotos y un casco blanco, de ingeniero forestal, que en algunas ocasiones hace que me confunda con ellos. Obligatoriamente, para trabajar en primera línea de fuego, necesito disponer y vestir un equipo de protección individual (EPI) adecuado. Imprescindible para poder acompañar sus jornadas en el monte. Ya llegarán esas circunstancias en las que nos alegrará sentir que vamos protegidos.
Cuando empecé a documentar los incendios forestales fui visto como una especie de bicho raro, un friki con cámaras fotográficas que se quería vestir de bombero forestal. La administración central, a quien he pedido permisos previos a distintas campañas forestales, nunca respondió mis emails ni llamadas y desistí hasta verme obligado a trabajar como un forajido. Acabé accediendo por mis propios medios a la primera línea de fuego y rezando, aunque no soy creyente, para encontrar a técnicos que no les importe tenerme cerca fotografiando el trabajo de su equipo de bomberos y operarios.
Estas circunstancias me generan un problema añadido en un escenario de por sí ya complejo. Tengo que averiguar dónde se encuentran las zonas seguras de acceso y las que no están cortadas. Si el acceso inicial ha sido mediante un vehículo, debo buscar las zonas seguras de estacionamiento para que cuando entre en contacto con la primera línea de fuego pueda olvidar el vehículo hasta necesitarlo. Debo así mismo avituallarme con todo lo necesario para poder vivir dentro del perímetro de seguridad del incendio durante algunos días. Y si consigo entrar en él y debo salir a por agua, por ejemplo, puede ser que ya no consiga entrar de nuevo. Tengo que observar los cambios de turnos de guardia en controles de acceso, los movimientos de remolques de maquinarias pesadas que me darán pistas para saber dónde están tratando de crear las líneas de seguridad que van a perimetrar el fuego. Son mil detalles que, con los permisos pertinentes, estarían resueltos.
Pero si a la administración no le gusta tener a extraños en este terreno es, principalmente, por dos cuestiones. La primera es la seguridad. Es un escollo que he intentado superar adaptando mis aptitudes a las necesarias para trabajar en esas condiciones. Entrenamiento físico como parte del trabajo y realizar las pruebas físicas y médicas que a ellos se les requiere, para así obtener los permisos adecuados.
La segunda es que el fuego se usa como una gran arma arrojadiza en términos políticos, y por qué no decirlo, hay trampas, adjudicaciones y secretos que no quieren que se conozcan. Las condiciones laborales de sus trabajadores son escasas y aunque podría establecer algunas diferencias, en general, no se corresponden con los esfuerzos físicos y los problemas de salud que a futuro sufre este colectivo. Es mucha más rentable el negocio de la extinción que el de la prevención según se encuentra establecido hoy el mapa de empresas que en ello trabajan.
Hace algunas temporadas el Plan de extinción de incendios de la Junta de Andalucía (INFOCA) me concedió los permisos que llevaba tanto tiempo solicitando. Por primera vez, tras diez años de forajido, he trabajado con ellos como fotógrafo sin dependencia de contenidos hacia ellos. Me veo empotrado como uno más en una de sus brigadas helitransportadas. Pero sólo dispongo de esa preferencia en Andalucía. En el resto de comunidades la administración sigue cerrada en banda y mis apoyos acaban siendo más parecidos a las técnicas de guerrilla, y termino consiguiendo accesos y datos de la evolución en terreno gracias a los miembros de los equipos de extinción de manera totalmente extraoficial.
Así es muy difícil trabajar y un reto al que enfrentarse. Las cosas fáciles no me interesan lo más mínimo.
Las jornadas interminables me obligan a moldear mis necesidades profesionales en el monte. Las circunstancias requieren largas jornadas de aproximación, altas temperaturas, demasiado humo y polvo en suspensión. Resulta agotadora cada jornada laboral. Es necesario cargar con todo lo que se requiere para aguantar las larguísimas jornadas en el monte. Llevo al menos tres litros de agua y algo de comida energética. Suelo llevar también tabletas de turrón de las navidades anteriores hasta acabar con ellas. Una navaja o cuchillo, un frontal, baterías extras para cámaras, ordenador portátil para envíos del día y ropa de abrigo para las noches. Vamos, que llevo al mínimo ocho o diez kilos a los que hay que sumar el equipo fotográfico que en mi caso cada vez es más discreto. Dos cámaras, dos ópticas y micrófono más baterías. En este terreno no me limito solo a la fotografía. Hace años que comencé a grabar vídeo destinado a los informativos de televisión. Decidirme por equipos pequeños y ligeros me permiten andar con mucha más soltura y resulta vital.
Erradicar el GIF (Gran Incendio Forestal) es como un gran juego de estrategia donde participan multitud de roles en el escenario. Yo entro en ese tablero sin permiso, buscando aliados, sin molestar ni entorpecer la prioridad que es la extinción.
Imaginad un fotógrafo que se dispone a documentar una partida de ajedrez desde dentro del tablero. No tiene posición propia ni rol esencial para el juego. Sin embargo, debe pasar de puntillas sobre muchas de ellas para poder fotografiar las distintas jugadas. Así me siento, para bien y para mal.
Como podéis comprobar, para fotografiar un Gran Incendio Forestal lo menos importante es la calidad del fotógrafo. Olvidemos cámaras, ópticas y técnica, centremos nuestros esfuerzos en la seguridad personal y colectiva, en la logística necesaria para arrimarse a la bestia evitando a la administración, porque seguro que eres un forajido como yo, e intentará en la mayoría de los casos, que no profundicemos en las miserias del sector, y las miserias de las que hablo no se miden en hectáreas de monte perdido.