Es imposible permanecer inmune al embrujo, el misterio y la calidez que desprenden las doscientas sonrisas del templo de Bayón. Dibujadas en labios de piedra –a diferencia de la de La Gioconda, pintada tres siglos más tarde por Leonardo da Vinci–, iluminan enormes rostros serenos, de ojos y cejas oblicuos, que te observan desde los cuatro puntos cardinales de las 54 torres de estilo barroco jemer. Representan tanto a Avalokiteshvara, el buda de la compasión, como a Jayavarman VII, el monarca que reinó entre 1181 y 1220 y mandó construir la ciudadela de Angkor Thom, en la que se incluye Bayón, mi lugar favorito de este mar de arenisca plagado de enigmas, historia y religiosidad.