El cántabro Marcelino Sanz de Sautuola lamentó seguramente haber descubierto las pinturas de Altamira –en realidad fue su hija quien las vio primero– en las postrimerías del siglo XIX. El botánico, admirado por los colores y figuras que halló en el interior de la cueva, dio a conocer al mundo científico su hallazgo en 1879, aunque durante un cuarto de siglo se topó con la indiferencia internacional y el repudio nacional. Suerte que aguantó las presiones porque hoy se la califica como la Capilla Sixtina del arte rupestre y está declarada Patrimonio de la Humanidad.