De joven, en México, visité el Paricutín. La tarde del 20 de febrero de 1943, el suelo comenzó a temblar y se abrió la tierra. En 24 horas, el volcán alcanzaba ya seis metros de alto, pero no se paró ahí. Siguió creciendo durante nueve años, once días y diez horas más, alcanzó 410 metros y devoró dos pueblos enteros. Yo fui mucho más tarde, pero, aunque habían pasado sesenta años, todavía se veían las cicatrices del infierno.
Por eso, mientras escalaba con el coche el collado de Bracons, esperaba ver la lava roja deslizándose suavemente destruyéndolo todo a su paso, conos aún humeantes o, al menos, algunos incendios forestales. Pero no, llegaba, como poco, 10.000 años tarde.
55.000 personas viviendo sobre volcanes
En la ciudad catalana Olot, los volcanes forman parte del paisaje urbano como las paradas del autobús, las rotondas o los bancos del parque en una ciudad normal. Tanto que hay cafeterías situadas al borde de los cráteres y barrios enteros construidos en las laderas de los volcanes.
Aunque es el más sorprendente, no es el único municipio de la comarca que vive rodeado de volcanes. Castellfollit de la Roca, el pueblo de la imagen principal, se asienta sobre un riscal basáltico. Es decir, sobre el acantilado que los ríos Fluviá y Toronell esculpieron sobre restos volcánicos de hace miles de años.
Hoy los volcanes están dormidos, pero la fertilidad de la tierra ha convertido la Garrotxa en un espectáculo genial. La Fageda d’en Jordá es uno de los bosques de hayas más importantes de la Península Ibérica y existe, solamente, por la forma de la ladera del volcán del Croscat.
¿Cómo pueden existir 40 volcanes a 100 kilómetros de Barcelona?
En el resto del mundo, bajo nuestros pies, hay de media 120 kilómetros de litosfera: en la Garrotxa solo hay 15 y durante los últimos cien mil de años, esa fina capa de tierra se ha ido quebrando una y otra y una vez más. Por eso es interesante: casi todas las erupciones han sido de un solo volcán.
El último de ellos data de hace unos 10.000 años, los primeros de hace 100.000. Erupción a erupción, la Garrotxa fue acumulando un catálogo sorprendentemente rico de conos volcánicos. Los hay con cráter central (Montsacopa), con cráteres laterales (Garrinada, Santa Margarida); los hay de piroclastos uniformes como el Croscat o de piroclastos heterométricos como el Montolivet. Y así hasta 40 conos y 20 coladas de lavas basálticas en uno de los mejores ejemplos de paisaje volcánico de Europa.
Por eso, en 1982, se creó un parque natural muy raro: son 120 kilómetros cuadrados de propiedad privada repartidos en once municipios. No se trata solo de un puñado de pueblos perdidos en la sierra, son toda una clase de geología. Y uno de los proyectos más curiosos de compatibilizar el desarrollo económico y la conservación del patrimonio.
Imágenes | Carlos Luna
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La noticia
La ciudad donde duermen los volcanes
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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