Decía Schiller que “el hombre juega sólo cuando es libre en el pleno sentido de la palabra y sólo es plenamente libre cuando juega“. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. El juego y las reglas del mismo establecen para los seres humanos una dinámica social e individual que fomenta la mentalidad creativa, pero que está desligado de los procesos de supervivencia.
Quizá es por su inutilidad y por su relación con la risa por lo que siempre ha tenido tan mala fama. Ya lo decía Umberto Eco en El nombre de la rosa: encontrar el libro sobre la comedia de Aristóteles suponía hacer tambalear un mundo del arte que se ha construido sobre los cimientos de la tragedia. Y eso los monjes benedictinos de Eco lo castigaban con el asesinato. No es para menos. Una vez me dijo un amigo mío que uno de los problemas del arte contemporáneo es que se tomaba demasiado en serio a sí mismo. Yo creo que todos nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos, pero ésa es otra historia.
Por esa tendencia a lo trágico que impera en el mapa de lo contemporáneo –el propio PHotoEspaña contiene una intensidad dramática fuerte en casi todas las ediciones–, de entre las exposiciones colectivas que se han hecho sobre la Agencia Magnum la organizada este año por Cristina de Middel y Martin Parr es, cuanto menos, desconcertante . Y lo es desde el propio título: Players. Los fotógrafos Magnum entran al juego.
Para mí, desde que estudié historia de la fotografía en el ultimo año de carrera, los señores de Magnum han sido eso: señores. Señores muy serios que proporcionaban una cartografía de los conflictos mundiales. Y un conflicto no es más que una lucha de opuestos, una tensión que se palpaba en cada una de sus fotografías. El instante decisivo era, por omisión, el instante dramático.
Por ello esta exposición supone un acto de valentía. Ofrece un punto de vista novedoso y rupturista. La muestra reúne alrededor de 200 fotografías de 46 fotógrafos de distintas generaciones, algunos completamente desconocidos para el gran público. En esas imágenes la cámara se contagia del juego y proporciona relaciones lúdicas entre lo fotografiado y quien fotografía. Los encuadres se relajan y crean composiciones fuera de la norma, los colores se saturan, las líneas verticales se inclinan. Aparecen las heterotopías de lo lúdico. Es decir, espacios reservados al juego: la playa, los conciertos, los bares, etc. Espacios en los que las personas dan rienda suelta a los instintos. Como en la “videodanza”, la cámara baila con el objeto fotografiado. A veces, como es el caso del propio Martin Parr, esas relaciones se evidencian en los juegos satíricos que establece. No es lo fotografiado, es la mirada fotográfica sobre ello, que encuentra lo paradójico en lo cotidiano.
Fotografías que son felices hallazgos: jugadores de ajedrez en balnearios, relaciones intertextuales como las de las fotografías de Alessandra Sanguinetti –y la intertextualidad es siempre un juego de referencias que se le lanza al espectador–, primerísimos planos de cantantes noruegos de black metal, el asesino de Scream a caballo... Pura fotografía directa, sin velos.
La exposición de la Fundación Telefónica podría considerarse el reverso de la que se programó en la Fundación Canal hace unos meses a partir de las hojas de contactos de los fotógrafos Magnum. Aquélla la recomendé a mis alumnos como una exposición fundamental para conocer los conflictos del siglo XX. Ésta como la naturaleza humana imponiéndose a pesar de los intentos de la vida por aplastarla. Por cierto, les recomiendo echar un ojo al catálogo de la exposición. Tanto la introducción del presidente de la Fundación Telefónica como el prólogo de De Middel y Martin Parr son dos buenos aperitivos antes de iniciarse en el “juego”.
Al ver la exposición no puedo evitar acordarme de un vídeo de youtube que me pasaron hace meses. Cartier-Bresson haciendo fotografías en las calles de París. Trajeado, con su leica en la mano, ejecutando una especie de danza en cada una de sus fotografías. Disparaba, se ocultaba. Volvía a mostrarse, disparaba y se ocultaba de nuevo como si de un vals se tratara. En esa imagen se encuentra la metáfora encerrada en esta propuesta expositive.
Y no tengo mucho más que decir, sólo que vayan a verla y disfruten. Todo aquel que en su día jugara al videojuego Imperium sabe que el pueblo se rebela si no se le ofrece un poco de diversión. El juego sirve para exorcizar los demonios que la realidad nos provoca y para volver a un estado infantil que deberíamos retomar de vez en cuando. El niño, como decía Nietzsche, es el superhombre. El que es capaz de reír en un mundo en el que predomina la seriedad se impone sobre el resto. Se ha comprobado que la mayor parte de animales juegan. Es una forma de sociabilizar y de poner en marcha la creatividad. Porque a veces conviene contrarrestar la insoportable levedad del ser y celebrar el mundo como lo que muchas veces es: un simple juego. Gracias, Fundación Telefónica y Magnum, por recordárnoslo.
La exposición podrá visitarse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid hasta el 16 de septiembre.