Cuando Manuel Castells habló del falso determinismo tecnológico posiblemente no pensó en los algoritmos de Facebook y de Google. Los famosos Edge Rank y Page Rank, determinan de una manera a veces indescifrable, los contenidos que consumimos y la forma en la que lo hacemos.
Internet es un territorio donde hay cabida para todo y para todos. Aunque se trata de un hecho revolucionario y sin precedentes, la explicación es sencilla: publicar contenidos en Internet no conlleva los tropiezos con los obstáculos que los creadores de contenidos y la sociedad en general tienen al momento de difundir sus creaciones en medios tradicionales. Tener un espacio en la Red para publicar cosas, es tan sencillo como abrirse un blog o un perfil en redes sociales, algo relativamente fácil, gratuito y permanente.
Sin embargo, esa amplitud que la Web da al acceso de todos los actores de la sociedad no escapa aún del fenómeno de la pretensión de control por parte de unos pocos. Ese poder de control de los contenidos ha migrado de Hollywood, a Silicon Valley.
Es innegable, no obstante, que el ADN de los nuevos reyes de la sociedad de la información es distinto al de los antiguos poderosos de la industria cultural. Hay cierto aire de libertad que atraviesa todo el código genético de las empresas de tecnología y aquellas que nacieron en el esquema anterior poco a poco van aprendiendo cómo funciona.
Pero en ese proceso, y muchas veces con buenas intenciones, a veces se escapan destellos del viejo esquema, y se crean soluciones tecnológicas a problemas muy complejos, demasiado complejos quizás para las capacidades de los códigos y los robots. Dentro de ese camino al infierno, empedrado de buenas intenciones, está una piedra que hoy en día es la causante de dolores de cabeza de mucha gente que se dedica de manera profesional al mundo digital: el Page Rank de Google y el Edge Rank de Facebook.
No se hablará acá de ninguna estrategia de SEO ni de trucos para posicionar contenidos en la red del primo Zuckerberg. El tema central acá es sobre cómo algoritmos poseen un poder determinante sobre el consumo de cosas en Internet. Bien han explicado los creadores de ambas herramientas que sus intenciones no son otras que dar a la gente el mejor contenido posible, adaptado a sus gustos e intereses. Pero ¿acaso no es ese el mismo argumento de la industria televisiva cuando afirma que «hay que satisfacer a la audiencia»?
Más allá de las tácticas que los programadores Web y community managers deben ejecutar para adaptarse a estos algoritmos, lo cierto es que como usuarios terminamos consumiendo una parte muy pequeña de toda la información disponible en estas plataformas. Existe, por ejemplo, una Web oculta que representa el 96% del total de información existente en Internet, eso quiere decir que en Google solo encontramos el 4% de la red.
Claro está, esa Web oculta se auto-esconde adrede de los motores de búsqueda. Pero ¿cuánto se muestra de ese 4% restante de La Web en la primera página de resultados de búsqueda de Google?, ¿cuánta información terminamos consumiendo de toda la que se publica en Facebook que hemos aceptado ver antes? Es probable que hayan notado como algunas páginas e incluso algunos amigos han desaparecido por completo del feed de nuestros perfiles. Y la pregunta que más preocupa: ¿dónde queda el espacio para encontrar información nueva?
Pero el asunto no se limita a los ranks, nosotros mismos de manera orgánica en muchas ocasiones nos fabricamos una interfaz diseñada a nuestra imagen y semejanza. Cada que vez que bloqueamos a alguien en Twitter, por ejemplo, nos vamos creando un Time Line adaptado a nuestros esquemas de pensamiento, borrando por completo cualquier posibilidad de cuestionamiento a nuestro universo pragmático.
Sea como sea, estos algoritmos que nos determinan la vida digital pueden saltarse si somos inteligentes. Si aceptamos el debate de ideas y no bloqueamos al que piensa distinto, si comenzamos a explorar más allá de la primera página de resultados de Google, o si vamos y rescatamos todas esas páginas que ya no vemos en Facebook, poco a poco comenzaremos a conseguir una Internet mucho más diversa e interesante. Comenzaremos a enseñarle a los robots de la Web que hay información que nos interesa y que ellos no habían considerado, y tal vez, comencemos a hacer que el cuestionamiento se lo hagan los desarrolladores de Silicon Valley, cuando vean que no solo queremos una Web «personalizada», sino que deseamos explorar todo ese 4% potencial de Web visible.