Pocas fotografías pueden resumir de una forma tan demoledora el poder de la fotografía como la imagen que hemos seleccionado del fotoperiodista George Tames. Es una instantánea realizada en 1961 al entonces presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, en el famoso despacho oval de la Casa Blanca. ¿Y qué es lo vemos? ¿Qué nos transmite la imagen? Cualquiera que se dispusiera a contemplar la obra de Tames, vería reflejada de forma maestra la soledad del hombre más poderoso de la tierra.
En la figura a contraluz de Kennedy vemos sus brazos apoyados en la mesa del despacho, con una mezcla de responsabilidad y momento de zozobra por el peso de tan insoportable carga. Es una imagen cargada de simbolismo, casi diríamos que icónica de lo que puede significar el poder.
¿Qué pasaría en esos momentos por la cabeza del presidente? ¿Qué problemas le atenazaban? En aquella época el mundo vivía en plena guerra fría, con el poder comunista asentándose en Cuba, a pocos kilómetros de los Estados Unidos, y con un bloque soviético cada vez más expansionista. Tensión que estuvo a punto de estallar un año después con la llamada “crisis de los misiles”.
Llevaba pocos meses en el cargo, y el escaso tiempo que pudo ostentar el puesto fue tremendamente convulso. Seguramente ha sido el presidente de los Estados Unidos que mayores expectativas y amores ha despertado, pero también profundos odios que culminaron con su asesinato en 1963, sólo dos años después de haber salido elegido.
El autor de la imagen, George Tames (1919-1994), fue un fotoperiodista que estuvo en nómina del New York Times durante nada más y nada menos que 40 años. Nacido en Washington, hijo de una familia griego-albanesa, desarrolló la mayor parte de su carrera ocupándose de temas relacionados con la Casa Blanca, el Congreso y el Senado de los Estados Unidos. Por su cámara pasaron 10 presidentes de los Estados Unidos, desde Franklin D. Roosevelt a George Bush. Comenzó trabajando con una Speed Graphic y terminó empuñando una cámara réflex de 35mm. Conocía los entresijos del poder como la palma de su mano, y accedía donde casi nadie podía llegar. Y la instantánea que tomó aquel día es sin duda su imagen más recordada.
Volviendo a las preguntas que nos hacíamos al principio y que han convertido en un icono a esta imagen, vamos ahora a responderlas y a ser conscientes de la capacidad ilimitada de la fotografía. El propio fotógrafo lo contó en numerosas ocasiones. La postura tan poderosamente simbólica que adoptó Kennedy aquel día era fruto de una lesión de guerra. Sí, el presidente J.F.K. combatió en la Segunda Guerra Mundial y sufrió una lesión en la espalda cuando un barco japonés destrozó la lancha torpedera en la que estaba embarcado junto a sus compañeros.
Por este motivo, tuvo que llevar un corsé en la espalda durante buena parte de su vida. Y debido a este problema era habitual ver a Kennedy leer el periódico de esta manera, ya que no podía permanecer más de 30 o 40 minutos sentado. Así lo había visto George Tames en otras ocasiones, pero aquel día se decidió a realizarle alguna fotografía. Kennedy estaba tan ensimismado leyendo el periódico que, aunque le vio, no se dio cuenta que Tames le había fotografiado desde detrás.
Sólo tomó dos imágenes desde esta posición, y alguna más desde otros ángulos. Pero con esta imagen se puede decir que entró en la historia de la fotografía. El encuadre tan simétrico, la subexposición hasta dejar en silueta al presidente de los Estados Unidos, y la pose tan expresiva, además del indudable talento de Tames para ser capaz de visualizar y tomar la instantánea, contribuyeron a reunir los ingredientes de una obra para la posteridad.
Pero, ¿se trata de una fotografía veraz? ¿Podemos decir que el fotógrafo manipuló la realidad usando su cámara para crear un significado distinto de lo que estaba ocurriendo? Lo único que debemos hacer es aplaudir al fotógrafo y a su capacidad para trascender las limitaciones del medio fotográfico para CREAR, con letras mayúsculas, un símbolo de lo que es el poder.
Podría haber tomado mil decisiones opuestas, a nivel de encuadre, de exposición, de ángulo… y la fotografía hubiera sido distinta. Difícilmente mejor, pero diferente seguro. Es la maravillosa capacidad de la fotografía para transformar la realidad. Esa subjetividad que huye del viejo tópico de ser “un espejo de la realidad”, para convertirse en una herramienta de creación y expresión personal que trasciende las cuatro paredes del encuadre.
El único límite que encontramos cuando empuñamos una cámara fotográfica es nuestra imaginación y nuestro talento. No quiero hablar de veracidad o de ética porque eso sería poner fronteras a algo que trasciende las reglas y va más allá de géneros fotográficos e ideas preconcebidas. Los que establecen las bases del fotoperiodismo y dictan sus reglas éticas se mueven en otros parámetros, desde luego.
“Una imagen vales más que mil palabras“, dicen algunos. “Una palabra vale más que mil imágenes“, dicen otros. Posiblemente ambos bandos tengan razón, en función de las imágenes y palabras de las que hablemos. “Sontagnianos” o “nosontagnianos”, “fontcubertianos” o “nofontcubertianos”. Los campos de combate siempre son reduccionistas y aniquiladores.
Nos estamos refiriendo a algo más. De comprender que la fotografía es una fuente inagotable de posibilidades. De saber apreciar que tenemos una increíble oportunidad de mostrar al mundo lo que somos, lo que vemos y cómo lo vemos. De entender que una fotografía es como una página en blanco que podemos dirigir hacia uno u otro lado, en función de nuestra voluntad, de nuestra mente y de nuestra sensibilidad. Como aquel día de 1961 hizo George Tames, también nosotros podemos transmitir ideas y símbolos a través de la fotografía.