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jueves, noviembre 28, 2024
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La explosión del acorazado Maine, ¿atentado o accidente?

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El 25 de enero de 1898, el acorazado norteamericano Maine entró en la bahía de La Habana. El gobierno estadounidense afirmó que era una visita de rutina, como era habitual hasta hacía pocos años. Pero desde 1895 se libraba en Cuba una sangrienta guerra entre las autoridades españolas y el movimiento independentista cubano, y a nadie se le escapaba que Estados Unidos estaba al borde de intervenir militarmente en favor de los insurgentes.

Tres semanas más tarde, el 15 de febrero, a las 21:40 horas, el Maine volaba por los aires. Una explosión sacó del agua la mitad del buque, y éste se hundió junto a la boya donde estaba anclado en la bahía, a apenas una decena de metros de profundidad. Algunos testigos declararon haber oído dos explosiones, la primera de ellas "como un disparo" y una segunda tan violenta que provocó llamaradas, una lluvia de fragmentos metálicos y un humo espeso que se elevó sobre los restos del navío. El balance de bajas fue terrible: de un total de 354 hombres de dotación, hubo 266 fallecidos, además de una veintena de heridos.

Cuando la noticia llegó a Estados Unidos, la prensa sensacionalista norteamericana, que desde hacía meses criticaba ferozmente la política española en Cuba, no dudó en acusar a los españoles del hundimiento. Si el 16 de febrero el diario World insinuaba: "No está claro si la explosión se produjo dentro o debajo del Maine", al día siguiente otro periódico titulaba sin ambages: "Destrucción del Maine provocada por el enemigo". La opinión pública, inflamada, pedía una respuesta militar.

Hipótesis diversas

La Marina estadounidense creó una comisión para investigar las causas del hundimiento del Maine. Los expertos enviados a Cuba, después de interrogar a los testigos y realizar sus propias pesquisas, elevaron un informe en el que observaban que "sólo la explosión de una mina situada debajo del buque" podía haber provocado tal destrucción. Aunque otros especialistas insistieron en la gran probabilidad de un accidente, la teoría de la mina se impuso como versión oficial estadounidense. El informe llegó al Congreso de Estados Unidos el 29 de marzo y se convirtió en el pretexto directo para declararle la guerra a España el 25 de abril. Al grito de "¡Recordad el Maine y al infierno con España!", Estados Unidos liquidó en tres meses y medio la centenaria presencia española en América y Asia.

En 1911, el gobierno estadounidense decidió sacar del fondo de la bahía de La Habana los restos del Maine. Tras construir un encofrado alrededor del pecio y extraer el agua, los restos pudieron ser minuciosamente examinados a cielo abierto. Sin embargo, el informe de esta investigación fue tan vago que no aportó nada para determinar las causas del hundimiento. Terminados los trabajos, el Maine fue remolcado, dinamitado y hundido en alta mar, por lo que, desde entonces, todas las teorías tuvieron que basarse en pruebas circunstanciales.

Los españoles eran los menos interesados en provocar al gigante norteamericano y esperaban que la concesión de la autonomía a Cuba resolvería el conflicto

Si se admitía la teoría de la explosión intencionada, faltaba determinar quién estuvo detrás. El informe oficial estadounidense no llegaba a designar un culpable, pero la prensa y la opinión pública no tuvieron reparos en señalar a España. Sin embargo, en esos momentos los españoles eran los menos interesados en provocar al gigante norteamericano y esperaban que la concesión de la autonomía a Cuba resolvería el conflicto. Otra hipótesis es que se hubiera tratado de un atentado perpetrado por los independentistas cubanos. Aunque la mayoría de éstos tan sólo esperaba asistencia militar y financiera de Estados Unidos, y recelaban de las verdaderas intenciones de Washington, existía una facción que creía que sólo la intervención militar estadounidense acabaría con el conflicto; podrían haber organizado el ataque para soliviantar a la opinión pública norteamericana. Sin embargo, no hay ninguna prueba de una trama de este tipo.

Tampoco es creíble la tesis opuesta: que la propia oficialidad del Maine –que en su mayor parte se encontraba de paseo en el momento del incidente– hubiera volado su propio buque para culpar a los españoles y allanar así el camino de la guerra. En alguna ocasión se ha apuntado a una maniobra de William R. Hearst, uno de los magnates de los medios de comunicación, que impulsó la campaña de difamación contra España en 1898. En enero de ese año, Hearst atracó con su yate Bucanero en La Habana, junto al Maine. Después de visitar el barco y reunirse con los miembros del Habana Beisbol Club, abandonó la bahía. Cuatro días más tarde se hundía el Maine. Según algunos autores, los intervencionistas tenían la intención de causar un incidente que pudiera provocar la guerra, pero un error de cálculo ocasionó la matanza. De nuevo, no hay ninguna evidencia que sostenga esta hipótesis.

Explosión misteriosa

En realidad, nunca se ha podido demostrar que el Maine estallara por un impacto exterior. Por parte estadounidense se alegó que los buzos que inspeccionaron los restos del buque en 1898 encontraron la quilla y las chapas del casco dobladas hacia dentro, lo que sería resultado de una fuerza que podría haber sido causada por una detonación externa, pero ésta también pudo ser efecto del golpe del casco al chocar contra el fondo de la bahía. Tras la explosión no se apreció ninguna columna de agua ni oleaje, así como tampoco peces muertos en los alrededores, fenómenos que hubieran sido perceptibles de mediar una explosión bajo el agua que, por otro lado, se hubiera escuchado con un sonido sordo. Asimismo, el boquete que un artefacto habría provocado en el casco hubiera conllevado su rápida inundación, lo que hacía muy improbable la explosión de los depósitos de munición. Tras el hundimiento, buzos españoles realizaron una inspección a distancia y determinaron que no se había encontrado ningún indicio de una explosión exterior.

También se dijo que la explosión había sido causada por un torpedo, como se llamaba en el siglo XIX a las minas marinas. Éstas se solían emplear para obstaculizar la navegación de los barcos por áreas costeras, en especial bahías y puertos. Los norteamericanos las habían utilizado con éxito en su guerra civil y también eran de uso corriente en la Armada española. Sin embargo, las disponibles en Cuba tenían poco valor por su escasa potencia explosiva: durante la guerra hispanonorteamericana, dos buques estadounidenses destrozaron con sus hélices varios de estos artefactos colocados en la bahía de Guantánamo.

Si no se trató de un ataque o un sabotaje, entonces el hundimiento del Maine debió de ser un accidente provocado por una explosión en su interior. En efecto, este acorazado fabricado en 1895, de 100 metros de eslora, 17 de manga y 6.700 toneladas de peso, llevaba una doble carga que requería medidas de seguridad especiales: por un lado, carbón para alimentar las ocho calderas que movían sus hélices gemelas; por otro, unas 60 toneladas de pólvora negra usada como munición para sus sistemas de armas, un material muy inestable y fácilmente inflamable.

No se sabe con exactitud qué sucedió. Unos aluden a un sobrecalentamiento del carbón que se habría transmitido, a causa de las deficientes medidas de seguridad, al depósito de pólvora. En los tres años previos al incidente del Maine, una docena de barcos estadounidenses experimentaron incendios asociados a la combustión espontánea del carbón. Una inadecuada ventilación podía provocar un fuego indetectable en las carboneras, y en pocas horas, una elevación de la temperatura en torno a los 350º podría haber sido suficiente para inflamar la pólvora de los pañoles adyacentes.

¿Hubo negligencia?

Cualquier cambio en la temperatura, humedad y presión podía provocar su inflamación espontánea

La otra posibilidad es una inflamación espontánea de las municiones almacenadas en los polvorines. La estabilidad de las pólvoras empleadas en la época dependía de su materia prima, la nitrocelulosa. Cualquier cambio en la temperatura, humedad y presión, así como la defectuosa eliminación de los productos de descomposición de la misma pólvora, podía provocar su inflamación espontánea. La reacción química podía ser lenta, imperceptible hasta el momento en que el calor producido se comunicaba al resto de la munición. Este tipo de explosiones continuaron produciéndose en buques de guerra durante el siglo XX y, a pesar de los avances en la fabricación de las municiones, siguen constituyendo un riesgo en nuestros días.

Hoy se sabe que desde el momento de la explosión la mayoría de expertos, incluidos los norteamericanos, creyeron que fue un accidente. La investigación oficial descartó estos indicios por razones patrióticas y para ocultar la negligencia de los mandos del Maine. La duda sobre las causas de la destrucción siguió planeando durante décadas, hasta que en 1975 un equipo de expertos dirigido por el almirante Hyman Rickover, creador de la marina de guerra nuclear, concluyó que la explosión había sido interna y que quizá los oficiales no obraron con las debidas cautelas.



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