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jueves, diciembre 26, 2024
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17 obras maestras del terror español

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Quizás los adjetivos de «revolucionaria» y «obra maestra» que le están cayendo a ‘Verónica’ sean un poco exagerados, pero tienen sentido. Con una tradición cinematográfica de cine de terror tan jugosa como la española, la perspectiva de ver resucitado el género dentro de nuestras fronteras nos hace reivindicar a ‘Verónica’ como primer paso para una nueva edad de oro del género.

Esa resurrección es complicada, para empezar, porque la situación industrial es hoy muy distinta a la que se dio cuando en los los setenta el cine de terror español dominaba el mundo, y cuando nombres propios como los de Paul Naschy, Jordi Grau, Jess Franco, León Klimowsky o Eugenio Martín levantaron un panteón de monstruos empapados en violencia y erotismo. Nuestro cine de terror fue monumental y, demonios, nos gustaría que volviera a serlo.

Como eso, de momento, es complicado, nos conformamos con ir saludando y asegurándonos que no caigan en el olvido nuevos nombres propios del género. Y mientras tanto, recordamos unas cuantas películas que hicieron historia. Algunas, hace décadas. Otras (por suerte), de tiempos más recientes. Todas ellas, precedentes del éxito de ‘Verónica’. Y mientras esperamos el próximo impacto nacional del género, te recordamos algunos títulos esenciales de nuestra filmografía fantaterrorífica.

El cebo (1958)

Esta obra maestra de Ladislao Vajda es una coproducción entre España, Suiza y Alemania que conserva intacto todo su poder perturbador. Entronca temáticamente con otro clásico, ‘M El vampiro de Dusseldorf’, y usa una excusa de película criminal -todo arranca con una serie de asesinatos infantiles- para plantear una especie de cuento de hadas siniestro que tan pronto arroja al espectador imágenes de crueldad terrible como se compadece de personajes que en otras manos habrían sido terribles villanos.

Miss Muerte (1966)

No nos detendremos tampoco demasiado en el inabarcable Jess Franco porque ya ensayamos una leve introducción a su filmografía, pero no queremos dejar pasar la oportunidad de recomendar alguna de sus películas. Como ‘Miss Muerte’, inefable mezcla con cientófico loco a bordo de película de espías a la europea, horror hammeriano primitivo y delirio expresionista.

La noche de Walpurgis (1971)

Seleccionar una sola de las películas de Paul Naschy es tarea imposible. Las tiene buenas, malas y regulares, pero su aportación iconográfica al género es indiscutible, pese a que como con tantos otros nombres propios de nuestro fantaterror, la reivindicación haya venido de fuera. Quizás una de las más simbólicas y representativas sea ‘La noche de Walpurgis’, cuarta película protagonizada por su hombre-lobo, Waldemar Daninsky.

Inconsciente y divertida, llena de vampiresas que se mueven a cámara lenta, gore y erotismo tramontano, la película fue un éxito internacional sin precedentes y posee ese encanto muy particular y característico de nuestro cine de terror. La pobreza de medios a veces juega en contra de este combate épico entre vampiros y hombre-lobo, y Naschy se internaría en terrenos más oscuros y menos populacheros en otras películas -como ‘El espanto surge de la tumba’ o el impresionante giallo ‘Los ojos azules de la muñeca rota’-, pero la importancia de esta noche maldita es innegable.

La cabina (1972)

Lo más cercano que hemos estado de tener nuestro propio ‘Twilight Zone’ ha sido con esta oscurísima (de tono, que no de repercusión) producción televisiva dirigida por Antonio Mercero y que marcó tremendamente a la sociedad española de 1972. La imagen de José Luis López Vázquez como el español más cotidiano posible en la situación más kafkiana concebible y sus asfixiantes diez minutos finales, convierten ‘La cabina’ en un auténtico hito de nuestro género de terror.

La noche del terror ciego (1972)

Aunque mucho más ramplona que otras muestras de cine de género del periodo, esta película de Armando de Ossorio (que continuaría en las aún menores ‘El ataque de los muertos sin ojos’ y ‘El buque maldito’) obtuvo un merecido éxito gracias a su habilidad a la hora de recuperar el folclore español, adelantándose también a muchos de los tics del cine de zombis que estaba por venir a final de la década.

Pese a sus limitaciones, ‘La noche del terror ciego’ es una película muy estimable. El empleo y perversión de leyendas autóctonas, escenarios naturales que son España en estado puro, un cierto aire crepuscular y la potente iconografía de los templarios -momias ciegas, inteligentes y sedientas de sangre-, le dan un puesto de honor en la historia del género.

La semana del asesino (1972)

Increíble y desesperado psycho-killer de tono social (como no podía ser de otra manera viniendo de Eloy de la Iglesia, uno de los grandes nombres del cine quinqui) en el que un extraordinario Vicente Parra se ve abocado a cometer una serie de asesinatos sin demasiado sentido en un entorno hostil y sin futuro: una humildísima barriada en la España de 1972. Sangrienta, deprimente y de absoluto culto.

Pánico en el Transiberiano (1972)

Una película inaudita en nuestra filmografía, pero buena muestra de los aires internacionales que poseyó en determinado momento. El aspecto de ‘Pánico en el Transiberiano’ es completamente internacional, gracias no solo a sus protagonistas (Christopher Lee, Peter Cushing y Telly Savalas), sino también a sus referentes (primordialmente la última entrega de la saga Quatermass, ‘¿Qué sucedió entonces?’, y también la novela que inspiró ‘El enigma de otro mundo’).

La película tiene algo de iconografía típica española (ese zombi putrefacto y casi ciego) y un muy buen uso del escenario, el tren del título, que aporta una inagotable claustrofobia a todo el metraje. El muy reivindicable Eugenio Marín rodaría poco después la más modesta ‘Una vela para el diablo’, y ‘Pánico en el Transiberiano’ quedó como un tristemente aislado reducto de lo que podía haber sido el arranque de una tradición española en la ciencia-ficción pulp.

La novia ensangrentada (1972)

A principios de los setenta la producción de cine de terror en España era tan abundante (solo en 1972, algunos títulos esenciales, aparte de los citados: ‘La maldición de Frankenstein’, ‘El jorobado de la Morgue’, ‘Dr. Jekyll y el hombre lobo’…) que hasta el cine, digamos, culto, se contaminaba de sus recursos. Como la irregular pero aún hoy enfermiza y muy reivindicable ‘Morbo’, de Gonzalo Suárez, o esta incursión de Vicente Aranda en el mito de Carmilla.

Aranda sería uno de los cineastas más prestigiosos del cine español serio de los ochenta, pero previamente, aquí demostró un pulso muy notable para el terror con la historia de una flamante esposa atormentada por visiones de una antepasada que asesinó a su marido. La película palpita con un feminismo agresivo y estimulante, y entronca la idea de la vampiresa lésbica con mitos clásicos como los de Lilith o Judith.

Una vela para el diablo (1973)

Una película de suspense gótico a la española que es también una feroz crítica al régimen franquista y sus delirios ideológicos y religiosos. La historia de dos hermanas que regentan un hostal (espectaculares interpretaciones de Aurora Bautista y Esperanza Roy) y que asesinan a los lozanos turistas que no encajan con sus férreos códigos morales es una excusa para describir una atmósfera opresiva y demencial, y con una fuerte carga alegórica.

Eugenio Martín, sin embargo, no se olvida de que está haciendo cine de terror, y aparte de una contundente metáfora, firma una reformulación de los códigos del suspense gótico, españolizando todos sus resortes (las tinieblas, los sonidos misteriosos, las habitaciones prohibidas). Una pequeña maravilla, precisamente, por el hecho de ser tan escalofriantemente española.

La saga de los Drácula (1973)

En España no hemos explotado el mito de Dracula con tanto empeño como el del hombre-lobo, aunque tengamos películas de vampiresas para parar un tren -como la citada ‘La noche de Walpurgis’, dirigida al igual que ésta por el altamente prolífico argentino León Klimowsky-. Aquí tenemos un film de cierto tono paródico y ambición crítica, que como tantas otras películas de la época se queda a medias, pero cuya iconografía e intenciones son muy interesantes.

Aquí el gran Narciso Ibáñez Menta da vida a Drácula, que desde su castillo recibe a su nieta embarazada, ya que su ambición es que su estirpe vampírica continúe en el bebé. Aunque semejante argumento podía haber dado pie a una turbia historia de terror con puyas a la sacrosanta institución de la familia, a Klimowsky se le va un poco la mano con los ataúdes, los monstruos, y los maquillajes excesivos. Aún así, es perfecta como reflejo de un estado del género en nuestro país donde cualquier locura parecía posible (y rentable).

No profanar el sueño de los muertos (1974)

Conocida internacionalmente con el delirante titulo de ‘The Living Dead At The Manchester Morgue’, esta coproducción hispano-italiana del todoterreno Jorge Grau (que, dentro del terror, también firmó la estupenda ‘Ceremonia sangrienta’) es, posiblemente, nuestra mejor película de zombis, y eso que llegó antes de todo el fenómeno desatado por ‘Zombie’.

Con un crítico mensaje ecologista y el ojo muy puesto en los muertos vivientes originales de Romero, ‘No profanar el sueño de los muertos’ es un estupendo trabajo de atmósfera desesperada y casi onírica, donde los muertos salen de sus tumbas a causa de la contaminación industrial. Muchas de sus secuencias más brutales e intensas, que abundan, serían plagiadas sin descanso por carniceros de los ochenta como Lucio Fulci.

¿Quién puede matar a un niño? (1976)

La obra de terror de Chicho Ibáñez Serrador, aunque breve, hay que venerarla en su totalidad. Desde sus ‘Historias para no dormir’ al estupendo giallo gótico ‘La residencia’, aunque lo cierto es que pocas películas de la época igualan la atmósfera y perversidad de la inagotable ‘¿Quién puede matar a un niño?’. Su uso del sonido y del montaje, su ritmo febril, su demoledora idea de la ambientación en la pura solana mediterránea…

Todo ello se suma a su agria reflexión sobre la crueldad inherente a la infancia, que hace de ‘¿Quién puede matar a un niño?’ una obra maestra por la que no parecen pasar los años, y cuya belleza es muy, muy complicada de capturar o imitar. No hay más que ver el sosísimo remake de 2012, ‘Juego de niños’, para comprobarlo.

Mil gritos tiene la noche (1982)

Con el sustancioso slogan de «No hace falta que vayas a Texas para tener una masacre de la sierra mecánica», esta película de Juan Piquer Simón, quizás la mejor de su filmografía junto a ‘Slugs’, mezcla slasher ochentero brutísimo con algún elemento visual robado del giallo y unas cantidades absolutamente demenciales de gore y violencia. Su falta de escrupulos y su delirante historia de un asesino que despedaza a su víctimas tras un trauma infantil con un puzle erótico (!!) la han convertido en una película de culto internacional.

Memorias del ángel caído (1997)

Una absoluta rareza, obra de dos directores, Fernando Cámara y David Alonso, cuya carrera posterior no alcanzaría niveles tan afortunados como el de esta intriga satánica muy perversa y muy madrileña, con sus toques de costumbrismo y un reparto absolutamente excepcional (entre otros, Héctor Alterio, Emilio Gutiérrez Caba, Santiago Ramos, José Luis López Vázquez, Asunción Balaguer y Juan Echanove).

Preñada de imágenes inquietantes y malignas, ‘Memorias del ángel caído’ es una de las mejores muestras del género de toda nuestra historia. Como otras de su palo, su alta calidad no fue suficiente para enfrentarse a la mala distribución, la incomprensión de público y crítica y el penoso momento que atravesaba el género en la época, pese al éxito de ‘El día de la bestia’

Rec 2 (2009)

La primera fue el éxito arrollador, la tercera la sarnosa autoparodia y la cuarta la apresurada constatación de que la serie estaba bien muerta y enterrada. Pero la buena, la perfecta, fue la segunda. Cogió los códigos del cine de infectados de moda de la primera y metió cultos religiosos y zombis italianos ochenteros, de los rabiosos, coloristas y sangrientos. El resultado, una de nuestras mejores películas de zombis, una mucho más turbia y desasosegante de lo que hacían prever sus condiciones de simple secuela.

Secuestrados (2010)

Entre ‘Extinction’ y la reciente ‘Inside’ ya hemos dado un poco por perdido a Miguel Ángel Vivas, pero quizás eso mismo revalorice este apabullante tiro al aire con hechuras de thriller pero modales de cine setentero ultraviolento y de explotación. Visualmente apabullante, rodada con un puñado de planos secuencia exquisitos, esta historia de una familia burguesa secuestrada en su propia casa es tremendista, excesiva y brutal. Un festival de violencia (escasamente) disfrazado de película de denuncia y que no necesita monstruos para ser absolutamente aterradora.

La piel que habito (2011)

Es asombroso que, con lo influyente que ha sido su visión del cine (de la inclasificable ‘Fotos’ a la imprescindible ‘Tras el cristal’), y habiendo dotado de personalidad a estilos tan codificados como el giallo, el psycho-thriller o el cine de explotación de monjas de los setenta, no se valore más a Pedro Almodóvar como autor de género. Esta es una de sus mejores películas de terror, y parte de la fundamental ‘Los ojos sin rostro’ para proponer una monumental aportación al mito del mad doctor español.

Cubierta de amor tronado, fetichismo, terror abstracto y estética abiertamente desalmada, ‘La piel que habito’ es una película no muy asequible pero, a la vez, bastante universal. Quizás no sea tan atractiva para el lector medio de suplementos dominicales como otras del manchego, pero su retorcida historia de pieles artificiales y cambios de identidad demuestrab que los intereses de Pedro Almodóvar hunden bien sus raíces en el cine de terror más extremo.

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La noticia

17 obras maestras del terror español

fue publicada originalmente en

Espinof

por
John Tones

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