Draculeando por Sitges

Draculeando por Sitges


Servidor anda entre la convulsa Barcelona –es un decir, porque aquí parece que no ha pasado nada– y Sitges, el festival del terror, la ciencia ficción y la fantasía. Este año, 50 aniversario, tocado con un póster que nos muestra la silueta del famoso conde, puede verse la película Drácula Barcelona (Carles Prats, 2017), todo un homenaje al caballero de Transilvania, región de Los Cárpatos que por cierto visitara, como viaje de luna de miel –no es coña–, el mismísimo Señor Puigdemont.

Desde este rincón nuestro titulado “Cinefagia”, queremos rendir culto –no mucho, no se nos vaya a aparecer o algo– al succionador por antonomasia; un cruel empalador que comenzara en la vida real luchando contra los otomanos, para acabar siendo un trajeado noble europeo repeinado y con capa, un dibujo animado, un afroamericano opulento, Leslie Nielsen, o incluso un polo helado.

Drácula (Horror of Dracula. Terence Fisher, 1958)
El Conde, perdiendo su dignidad a golpe de lágrima en un final alternativo de Drácula (Horror of Dracula. Terence Fisher, 1958), encontrado recientemente en la filmoteca de Tokio © Hammer Film Productions

En 1969, nuestro Jesús Franco y el mítico Christopher Lee –Drácula de Dráculas– rodaban El conde Drácula en Barcelona. Paralelamente, Pere Portabella registraba ese rodaje, inventando una suerte de proto-making-of de autor con su Vampir-Cuadecuc. De esto trata el documental de Carles Prat, y buen ejemplo supone de la jarana vampírica que pudo generar este misterioso monstruo, que se paseó –no fue la única ocasión– hasta por nuestra piel de toro.

Tras el éxito que supuso la adaptación a teatro del ya best seller de Bram Stoker, en la que, por cierto, Don Bela Lugosi ya interpretó al vampiro, a Drácula había que cogerlo por la pechera sí o sí. De la que siempre se habla como “primera versión” es de la expresionista Nosferatu (F.W. Murnau, 1922) donde se cambiara el nombre del muñeco para sortear los derechos del personaje, donde el escalofriante Max Schreck interpretó al conde y donde se generó, ya en aquel entonces, una macabra leyenda de muerte y asesinato.

De esta leyenda se haría eco –inventado todo, por supuesto– el filme La sombra del Vampiro (E. Elias Merhige, 2000), donde Willem Dafoe hizo de Schrek y John Malkovich del maestro Murnau. Y el mismo personaje volvería a utilizarse en aquella suerte de remedo Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nacht. Werner Herzog, 1979), ahora con el rostro caracterizado de Klaus Kinski, que volcería a ser Nosferatu en su secuela, de producción italiana, Nosferatu, príncipe de las tinieblas (Nosferatu en Venecia. Augusto Caminito, Mario Caiano, 1988).

Drácula (Dracula. Tod Browning, Karl Freund, 1931)
El actor húngaro Bela Lugosi fue el primer Drácula en sentar cátedra. Lugosi interpretaría al personaje en más de veinte títulos, entre protagonistas y apariciones especiales. En la imagen, Lugosi en un mítico fotograma de Drácula (Dracula. Tod Browning, Karl Freund, 1931) © Universal Pictures
Drácula (George Melford, Enrique Tovar Ávalos. 1931)
Y este caballero es Carlos Villarías, que draculeó al mismo tiempo que Lugosi, pero en español en Drácula (George Melford, Enrique Tovar Ávalos. 1931) © Universal Pictures

Pero, realmente, la primera película es húngara, y tiene guion del mismísimo Michael Curtiz, Drakula halála (Károly Lajthay, 1921). Y la imagen del conde vampiro que resultó trascendental, no fue la del alopécico Nosferatu, sino la del repeinadísimo Lugosi en Drácula (Dracula. Tod Browning, Karl Freund, 1931), en ese tiempo donde los filmes, antes del doblaje, se tenían que rodar, plano a plano, en todos los idiomas.

Drácula repitió en secuelas y reboots de todo tipo, enfrentándose a sus cuñaos en La Universal (la momia, el hombre lobo, Frankenstein…). Títulos y títulos para que, años más tarde, después de la segunda Gran Guerra, pocas ganas de chiste quedaran. Pero pronto la británica Hammer Films recuperó a Drácula, esta vez con la guisa de Christopher Lee, máster de lo creepy, siempre rodeado de monstruos, bichos y muñecos. Christopher Lee y Peter Cushing (Van Helsing de Van Helsings) se pelearon en Drácula (Horror of Dracula. Terence Fisher, 1958), una puesta a punto del relato de Stoker que, en lugar de adaptarse, solo se usaba como material de inspiración.

En esta primera cinta, al conde se le emperejila cambiar de aires, y así decide abandonar su castillo de los Cárpatos para establecerse en Londres. Pronto conoce a una joven de la que se enamora perdidamente y a la que visita por las noches. Muy preocupada por tal extraña relación, la familia de la muchacha busca ayuda en la persona del doctor Van Helsing. Horror of Dracula dio para secuela, Las novias de Drácula (The Brides of Dracula. Terence Fisher. 1960), éxitosa también a rabiar, y para tercera parte, Drácula, príncipe de las tinieblas (Dracula: Prince of Darkness. Terence Fisher. 1966), las cosas como son, una de las mejores cintas basadas en el personaje.

Eso sí, entre unos y otros, Drácula no paró. La máquina de hacer churros no se detuvo un momento, sorteando como buenamente pudo copyrigths, trademarks y derechos de autor, pariendo exploits maravillosos como La hija de Drácula (Dracula’s Daugther. Lambert Hillyer, 1936), con Gloria Holden con los colmillos puestos, El hijo de Drácula (Son of DraculaRobert Siodmak, 1943) donde ahora el conde era otro mítico del fantaterror, Lon Chaney Jr., hasta desbarrar en ambrosías como Billy the Kid vs. Dracula (William Beaudine, 1966), con John Carradine como el transilvano, ahora reencarnado en James Underhill.

Udo Kier Dracula
Udo Kier, Drácula de auteur en Sangre para Drácula (Dracula cerca sangue di vergine… e morì di sete!!!. Paul Morrissey, 1974) © Compagnia Cinematografica Champion, Yanne et Rassam, Andy Warhol Presentation
Drácula (Dracula. John Badham, 1979)
Frank Langella draculeó guay en la nada desdeñable Drácula (Dracula. John Badham, 1979) © Universal Pictures, The Mirisch Corporation
Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula. Francis Ford Coppola, 1992)
Gary Oldman, de andar por casa en Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula. Francis Ford Coppola, 1992)

En esos lisérgicos 60, Drácula fue mejicano, primero en El imperio de Drácula (Federico Curiel, 1967), luego en loco crossover con las figuras del catch más destacadas, en Santo en El tesoro de Drácula (René Cardona, 1968) y Santo y Blue Demon contra Drácula y el Hombre Lobo (Miguel M. Delgado, 1972). Fue paquistaní, en Drácula en Paquistán (Zinda Laash. Khwaja Sarfraz, 1967), amén de un sinfín de nacionalidades más. Pero, sobre todo fue Christopher Lee: Drácula vuelve de la tumba (Dracula has risen from the grave. Freddie Francis, 1968), El poder de la sangre de Drácula (Taste the Blood of Dracula. Peter Sasdy, 1969), Las cicatrices de Drácula (Scars od Dracula. Roy Ward Baker, 1970)… El actor inglés al que las nuevas generaciones llegaron a conocer como Saruman o el Conde Dooku (¿no me digan que no hay guiño obvio, ahí?), fue Drácula hasta la saciedad. Incluso abrió los años 70, de la mano de nuestro tío Jess, en El conde Drácula (Jesús Franco, 1970), una vez que los derechos del personaje fueron de libre dominio, regresando a La Hammer, en la sofrónica e imprescindible Drácula 73 (Dracula 72. Alan Gibson, 1972).

La cultura popular de los 70 traía la locura consigo, y así el transilvano se convirtió en objeto de culto de primer orden. Se convirtió en trazo para el comic, en hielo con colorante negro y rojo para la industria heladera, el máscara de Halloween y un sinfín de cachivaches para consumir a base de bien. En el cine comenzaría a aparecer incluso en la sección “de arte y ensayo”, con títulos como Tendre Dracula (La grande trouille) (Pierre Grunstein, 1974), de producción francesa y con Peter Cushing dando vueltas por ahí, o incluso encarnado por Udo Kier y amortizado por Paul Morrissey en su Sangre para Drácula (Dracula cerca sangue di vergine… e morì di sete!!!. Paul Morrissey, 1974), en un producción al alimón entre Italia y Andy Warhol.

Frigo Drácula
Cómic publicitario del polo helado Dracula, distribuido en España por Frigo © Walls’

En televisión, tuvo el rudo y ajado rostro de Jack Palance, en la curiosísima “tivimuvi” Drácula (Dracula. Dan Curtis, 1973), y remataría la década con el careto de Frank Langella, en la más que recomendable Drácula (Dracula. John Badham, 1979). No sin antes ser un Drácula japonés en El lago de Drácula (Noroi no yakata: Chi o sû me. Michio Yamamoto, 1971) y un Drácula afromericano en Drácula negro (Blacula. William Crain, 1972) y ¡Grita Blácula Grita! (Drácula Negro II) (Scream Dracula, scream! Bob Kelljan, 1973), sobre las que ya les di la murga.

Pero también volvió a ser mujer (Ingrid Pitt) en La condesa Drácula (Countess Dracula. Peter Sasdy, 1971), filme que se servía de otra historia real, la de la condesa –también transilvana– Elisabeth Bathory, que en el siglo XVII, creyendo haber encontrado el secreto de la eterna juventud, se llevó por delante a cientos de muchachas vírgenes; y, algo más tarde, en Lady Dracula (Franz Josef Gottlieb, 1978), interpretada por Evelyne Kraft.

Dracula, Marvel, Tomb of Dracula
El Conde Drácula a punto de merendarse al Doctor Extraño en uno de los grandes disparates Marvel © Marvel

Esta década de Dios dio para mucho, y no sólo hubo desbarres del tipo Drácula y las mellizas (Twins of Evil. John Hough, 1971) o La saga de los Drácula (León Klimovsky, 1972), donde lo encarnó el maestro Narciso Ibañez Menta -padre de Chicho Ibáñez Serrador-, y amortizó el “picante” que comenzaba a despuntar en el mundo capitalista. No había más que canalillos, y los prolegómenos de Christopher Lee a la hora de mordisquear eran hasta largos.

De este bloque mola destacar Las pícaras aventuras de Drácula (Il cav. Costante Nicosia demoniaco (Dracula in Brianza). Lucio Fulci, 1975), la provechosa El jovencito Drácula (Carlos Benpar, 1977) y, más que por interesante, por extraña, El gran amor del conde Drácula (Javier Aguirre, 1972), con Paul Naschy, nuestro eterno hombre lobo, en la piel del vampiro.

Que vamos a ver, que no todo fue erotismo tontorrón y gratuito, que también hubo comedia sin más, tontorrona y gratuita. Parodia pura como la que protagonizara David Niven en Vampira (Old Dracula. Clive Donner, 1975) o, de nuevo Christopher Lee, en Drácula, padre e hijo (Dracula père et fils. Édouard Molinaro, 1976), por no hablar de nuestro entrañable José Ruiz Lifante en Tiempos duros para Drácula (Jorge Darnell, 1976).

Original Spanish Draculaxploitation © EMI, Regal, todocolección.net

Y claro, con estos ajetreos y reinvenciones según la moda, el conde llegó a los ochenta lleno de achaques. Tan sobado y reutilizado que, prácticamente recordamos sus apariciones como material de cachondeo, material “para todos los públicos”  o, en el mejor de los casos, como fábulas de anime nipón. Hasta los olvidadizos castellanos de mi quinta seremos capaces, a poco que nos esforcemos, de acordarnos de Drácula (Yami no Teisou: Kyuuketsuki Dracula. Akinori Nagaoka, Minoru Okazaki, 1980), un largometraje de animación cuya cinta de vídeo lo petó en gasolineras, rastros y tiendas para rockeros de la época. Porque menos conocida es la serie de t.v., Don Drácula (Don Dorakyura. Osamu Tezuka, 1982), aunque aquí también triunfara en videoclubes y establecimientos de guardar.

Porque de la que sí que no nos olvidamos –también es verdad que es más reciente– es de la producción europea El conde Pátula (Coun Duckula. Chris Randall, Keith Scoble, 1988), con un pato vampiro y vegetariano torpe e inofensivo como él sólo. Y es que del miedo brota la risa, y de la tremebunda, sofrónica y barroca versión del maestro Coppola del personaje –que el barbudo cineasta, cuentan, rodara enteramente sin salir de su roulotte–, su Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula. Francis Ford Coppola, 1992), aquella donde el nosferatu en cuestión era Gary Oldman, no tardaron en salir dislates y subproductos a modo de parodia hasta en la sopa.

Entre todas esas subversiones –en ambas acepciones de la palabra–, quizá merezca ser destacada de entre todas la del inefable Mel Brooks, Drácula, un muerto muy contento y feliz (Dracula: Dead and Loving It. Mel Brooks, 1995) con el siempre impecable Leslie Nielsen en la piel del conde. Aunque, para “hacer patria” no estaría de más recordar aquel dadaísmo ye-yé que fue la secuela de la ya de por sí dadá Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (1995), la mucilaginosamente sainetesca Brácula: Condemor II (Álvaro Sáenz de Heredia, 1997) con el Conde Mor –Chiquito de la Calzada for ever– haciéndose pasar por el íncubo transilvano para convivir entre unos vampiros franceses encabezados por el matrimonio conformado Nadiuska y Javivi.

El conde Pátula (Coun Duckula. Chris Randall, Keith Scoble, 1988)
El conde Pátula (Coun Duckula. Chris Randall, Keith Scoble, 1988), el vampiro vegano © Gaumont, Castle Rock Entertainment, Brooksfilms
Drácula, un muerto muy contento y feliz (Dracula: Dead and Loving It. Mel Brooks, 1995)
Leslie Nielsen, pasando más miedo que el público en ‘Drácula, un muerto muy contento y feliz’ (Dracula: Dead and Loving It. Mel Brooks, 1995) © Gaumont, Castle Rock Entertainment, Brooksfilms

Y francamente, poco más les puedo destacar. Que, del Conde Drácula hay series de televisiones y todo. Quizá entre las últimas piezas rodadas en tiempos recientes destaque, más por su producción que por otra cosa, aquel rebrote de fallida resurrección, émulo de la fórmula utilizada por La Hammer en los 70, que fue Drácula 2001 (Dracula 2000. Patrick Lussier, 2000), donde el personaje resultaba ser el mismísimo Judas –les acabo de hacer spoiler del peor, menos mal que el filme no merece la pérdida de tiempo–. Y otra más, la “nolanesca” y de todo punto hortera, protagonizada por Luke EvansDrácula: La leyenda jamás contada (Dracula Untold. Gary Shore, 2014), por la que servidor no les recomienda -en absoluto además- que se preocupen.

Drácula (Dracula. Tod Browning, Karl Freund, 1931)
“¡Quiiiiita eso p’allá! ¡A saber dónde ha estado metido!” © Universal Pictures

La maquinaria de la Universal ya se ha puesto en marcha, con esa especie de proyecto “Vengadores” que se están montando recientemente. Esperemos todos, que haya Conde Drácula, Vlad “El Empalador” para rato. Y seguro que es así porque Drácula, como todo buen villano, como Fu-manchú, como Esperanza Aguirre, no puede morir… siempre volverá.



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