'Animal de compañía', anacrónico intento de dar otra vuelta al ya agotado 'torture porn'

'Animal de compañía', anacrónico intento de dar otra vuelta al ya agotado 'torture porn'


Pet Portada

Una mujer atrapada‘ (Lady in a Cage,1964) fue una pequeña serie B que mostraba a un grupo de ladrones sin escrúpulos, invadiendo el hogar del personaje interpretado por Olivia de Havilland. La mujer sufría las vejaciones del grupo encerrada en una jaula, y es en su sensación de claustrofobia, con la actriz rodeada de una pandilla psicótica, donde se halla el germen que marca el tono sádico del torture porn de la época del cine de terror más salvaje de los años 2000.

En esa etapa cabía de todo, pero siempre bajo un filtro de violencia y carencia empática con sus protagonistas, que generaban una textura de angustia muy adecuada para los tiempos post 11-S. Entre las muchos ejemplos aparecidos en dicha década, cintas como ‘Cautivos‘ (Captivity, 2007) exploraba la faceta más juguetona del rapto, mientras otras como ‘Martyrs‘ (2008) la mirad más dura y visceral. Ninguna de las dos pretendía crear un diálogo entre secuestrador y víctima, como lo hicieron ‘Mi obsesión por Helena‘ (Boxing Helena, 1993) o ‘El coleccionista’ (The Collector, 1965).

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Terror caducado, giros imposibles

Esta última, especialmente, parece que inspira directamente la personalidad fruto del rechazo del protagonista, recreado aquí en la personalidad marciana de un trasunto de Terence Stamp, interpretado en un sorprendente registro de Dominic Monaghan. En ‘Animal de compañía‘ (‘Pet’), todo se mueve dentro de ciertos códigos genéricos, y su propuesta, la del encierro de una chica en una jaula durante la mayoría de su metraje, nos recuerda a un cierto estilo de terror que ya huele un poquito a yogur caducado. Viendo la fecha de los dos ejemplos de terror «reciente» citados, esta podría haber sido, tranquilamente, un estreno de hace unos diez años.

Su crescendo de imaginería de la mutilación, que tiene su cénit en el tramo final, ofrece una muestra del horror de sal sobre la herida, pero su mayor apuesta, sin embargo, recae en una ingeniería de giros argumentales sorprendentes, pensados con ese tipo de lógica de «idea genial», a partir de la cual se construye el resto del guion. Un tipo de idea que suele funcionar con los cortometrajes o en episodios de alguna serie de terror antológica. Y es que este tipo de golpes de efecto son efectivos cuando crecen en silencio, al margen de la trama principal, escondidos entre la sombras hasta que hacen su aparición.

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Y es que este tipo de movimiento en busca de la sorpresa, hurgando en el conocimiento —o el acomodamiento— del espectador a una gramática del género, sin establecer una sola raíz previa, no es un giro. Sin embargo, Torrens salta del un punto de la trama a otro sin más razones que el hecho de hacerlo. Con ello, parece que aspira a distanciarse de los tropos conocidos dentro de las relaciones del secuestro cinematográfico, y lo hace con una exigencia grosera al espectador. No vale proponer un juego cuyas reglas se reescriben sin tener en cuenta a todos los participantes.

‘Animal de compañía’: Porque tenía una mujer, qué dolor, dentro de una jaula

Además, en las personalidades de Seth y Holly se deja en evidencia que el desarrollo revela ciertas cartas demasiado temprano. Su redireccionamiento de la historia sucede sin establecer una armonía de los conflictos de sus protagonistas con la trama en curso. Su propuesta queda poco a poco reducida a una serie de rupturas que la acercan al absurdo, desentendiéndose de forma caprichosa de los mínimos cimientos que se habían establecido para los personajes. De esta manera, el marginado que interpreta Monaghan pasa de paria triste y perdido a psicoanalista de alto nivel

La situación de encierro acaba convirtiéndose en un salón de espejos que se asfixia en su propio cuadro conceptualizado. Por ello, su exploración del miedo social a ser rechazados, explicado a través de un microcosmos esquizofrénico, distorsiona un mensaje más grande sobre el papel del romanticismo en la redención personal que queda muy desdibujada en una adolescente mirada a las reglas de la atracción. Además, al crear una pieza de aspiración minimalista, Torrens subestima que el papel de las actuaciones pesa el doble, y aquí no hay precisamente un recital.

Las piezas de diálogo monocordes contrastan con lo forzado de sus momentos de emoción y es en ese momento en el que uno se pregunta si la película no habría funcionado mejor como una parodia más explícita. Puesto que su tono conecta con horrores recientes, en los que alguien perturbado dispone a voluntad de otro ser humano, como ‘El ciempiés humano‘ (The human centipede,2009), quizá una perspectiva más absurda como la de Kevin Smith en ‘Tusk‘ (2014) habría resultado más inteligente,aunque ambas vías muestran ya un evidente agotamiento.



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